Capítulo 9
—Entonces,
¿te ha ofrecido empleo así como así? —me pregunta mi amigo en cuanto nos
sentamos a la mesa más reservada de ese bar del centro.
—Ajá.
—Imagino
que le has dicho que sí.
—No
te montes la película, porque no le he dicho nada. Y él tampoco. Hemos quedado
en que mañana vaya a su piso, a las cinco...
—¿A
su piso, Jaejoong? ¡Esto va sobre ruedas!
—No
es lo que piensas, Su. Pero no te culpo, yo también lo he pensado cuando me lo
ha dicho. Y él se ha dado cuenta por la cara que he puesto.
—¿Y
qué te ha dicho? —me pregunta, mordiéndose las uñas.
—Me
ha dicho: «No te preocupes, que cuando me aproveche de ti, no será delante de
mi hija, la loca de Go Ara, y el personal de servicio» —respondo, citando sus
palabras exactas.
—¡Joder!
—Y
luego ha soltado una carcajada. ¿Puedes creerlo?
—No
entiendo por qué en su piso y no en la oficina —murmura mi amigo, reflexivo.
—Algo
así le he dicho yo. Y él me ha respondido simplemente que los martes trabaja
desde su casa. ¿No es extraño?
—Mucho.
Pero no te cuestiones tanto, amigo. Ve a su casa, acepta el empleo y disfruta
de tu bello Ojos Cafés —me aconseja.
—No
es mío y no lo quiero, Junsu. Ojos Cafés es también Jung Yunho, el abogado
hipócrita. Y definitivamente no necesito algo así en mi vida, ni como jefe, ni
como nada —declaro, pero mi voz no suena todo lo convincente que debería.
—¿Eso
quiere decir que no lo aceptarás? ¿No irás a la entrevista?
—Iré,
porque no me ha dado tiempo a negarme. Lo han llamado por teléfono y luego ha
entrado la secretaria con unos papeles. Aunque no lo creas, el muy sinvergüenza
me ha dicho adiós con la mano y luego se ha vuelto en el sillón y me ha dado la
espalda mientras continuaba hablando —le cuento. Aún conservo algo de la
indignación que he sentido al ver ese gesto.
—De verdad
no me lo creo... No puedo creer en tu buena suerte, Jaejoong —me dice, feliz de
la vida.
—¿Buena
suerte? ¡Estás loco! Estoy seguro de que ese hombre está casado con la tal Goo
Hara. Y también que se ha propuesto jugar conmigo.
—Yo
creo que quiere jugar, sí. Pero tú también quieres hacerlo. Hace un rato has
admitido que hubieses permitido que te besara... ¡Quieres jugar, Jaejoong, y
con fuego, no lo niegues! —me acusa.
Mierda.
Este hombre me conoce bien. Pero hay cosas que...
—¿Y
por qué no lo ha hecho? ¿Por qué no me ha besado, Su? No lo entiendo, te juro
que no lo entiendo. Por eso iré mañana a su piso. Quiero ver hasta dónde se atreve
a llegar, cuáles son sus verdaderas intenciones, y también quiero saber qué
papel juega esa Goo Hara en su vida y por qué se ha puesto hoy así conmigo.
—Pero
no aceptarás el empleo —me dice mi amigo, afirmando más que preguntando. Y
luego ríe y el sonido es como una cascada de agua fresca, mientras que mi voz
se asemeja a un graznido de cuervo cuando le digo:
—No.
Y tampoco lo volveré a ver... No te rías así. Ese hombre es peligroso.
—Sí,
representa un gran peligro para ti. Corres el riesgo de caer sentado en su...
—Junsu...
—la interrumpo con una mirada de advertencia. Pero es inútil, él sigue...
—¿Tienes
condones, Jaejoong? Lleva dos, porque con una fiera salvaje como ésa, nunca se
sabe. Aquí en la maleta roja tengo unos con sabor a fruta...
—¡Por
favor, cierra esa maleta, que todos nos observan! —exclamo, mirando a un lado y
a otro.
—Está
bien, pero déjame decirte una cosa: agárrate fuerte, Jaejoong, porque te vas a
deslizar por un tobogán de emociones. Presiento que tu vida va a dar un giro
inesperado, y que a ti te va a encantar. Lo miro con desconfianza, pero, en lo
más profundo de mi corazón, siento que tiene razón.
Y
todos los Jaejoong que viven en mí desean fervientemente que así sea. Vértigo.
Una increíble sensación de vértigo se apodera de mí. Estoy escalando un muro de
piedra y no quiero mirar hacia abajo... ¡Estoy tan cansado! Vuelvo la cara
hacia la cima y el sol me ciega. Pero sólo un momento. Ahora algo se interpone
entre el sol y yo. Algo tan oscuro como la noche... Sus ojos. Yunho me tiende
la mano y, al inclinarse, se le agita el cabello en la frente. Cierro los ojos,
pues es demasiado perturbador para mí sostenerle la mirada. Y no quiero tomar
su mano, me niego a hacerlo. Es mi tabla de salvación pero ¿quién me salvará de
él? No hay tiempo para reflexiones. Él decide por mí: me aferra la mano y me
eleva con un ágil movimiento. Ahora estoy en sus brazos y algo se me agita
dentro. ¿Algo? ¡Todo! El mundo gira vertiginosamente y ya no estoy a un palmo
de su boca. Ahora me deslizo por un tobogán de hielo, y el estómago se me pega
al espinazo. Grito con todas mis fuerzas; estoy aterrorizado...
—¡Jaejoong!
¡Despierta, hijo!
—¿Mamá?
¿Qué pasa? —murmuro contrariado.
—Gritabas.
¿Has vuelto a tener pesadillas? —me pregunta preocupada.
—No.
—No
me mientas. Cuando tu padre falleció...
—Hace
mucho que papá murió. Y también hace un montón que no tengo pesadillas, ni me
hago cortes, mamá.
—No
quería insinuar...
—Ya
lo he superado. En serio —le digo, y para reafirmar mis palabras, me destapo y
le muestro mis muslos intactos.
Mi
madre suspira aliviada. Lo que pasamos tras la muerte de mi padre, eso sí fue
una verdadera pesadilla. Mi padre murió en un accidente de tráfico normal y
corriente. Y todo hubiese sido muy sencillo si en ese accidente no hubiese
muerto también su amante menor de edad, que le estaba practicando sexo oral
mientras conducía. Él chico tenía mi edad de entonces, trece malditos años.
El
mundo se me vino encima. El hombre al que llamaba «papá» era un desconocido
para mí. Un asqueroso pedófilo al que yo adoraba, el que hasta el día anterior
me había sentado en sus rodillas, había jugado conmigo, el que me observaba
nadar como hipnotizado y luego elogiaba mis logros mientras me envolvía en una
toalla azul.
Ése
era mi padre. Mil veces me pregunté si se había llevado a ese niño por no
hacerme eso a mí, y, si fuese así, cuánto hubiese tardado en ocupar yo su
lugar...Ay, Dios, todavía me lo pregunto: si hubiese sido más complaciente con
él, ¿ese chico estaría aún vivo? Yo lo hubiese dado todo por mi padre. Lo
amaba, lo admiraba intensamente. Leía sus libros una y otra vez, maravillándome
con la forma en que lograba expresar la turbulencia de sentimientos que se
agitaban dentro de él, con cómo lograba plasmar en sus personajes su riqueza
interior. Había sido pirata, detective, actor y sacerdote. Y también un
pedófilo que llevaba a niños pobres en su precioso coche rojo y les daba dinero
a cambio de una mamada. Ése había sido mi padre, el escritor Kim Dong Jun. Por
fortuna, tuvo el acierto de no asociar para siempre nuestro apellido a sus
imperdonables actos. Y de ahí sale mi maldita costumbre de disociar los
aspectos negativos y positivos de las personas que conozco. Por eso en mi mente
hay dos Yunho.
Por
un lado el abogado insensible y por el otro el atractivo hombre de ojos cafés
que quiere que bailemos y me dice que soy hermoso. ¿Qué tengo que hacer para
conciliar lo que mi cabeza se niega a unir? ¿Cómo lo hago sin sufrir por ello?
Llego a Torre Seúl demasiado temprano. Fumo despacio en la camioneta; no quiero
que él piense que estoy ansioso por verlo. Pero lo estoy. Ansioso por
encontrarme con su mirada, por descubrir cuál es la relación que lo une a esa
mujer, por ver adónde me lleva este nuevo camino que el destino insiste en
poner a mis pies. Momentos después, entro al amplio despacho. Esta vez es una
chica con uniforme gris quien me hace pasar. Mi corazón se acelera cuando lo
veo sentado en su sillón, mirando por la ventana. Parece más serio y reflexivo
que la última vez... ¿En qué estará pensando? ¿Estará pensando en mí? Parece no
advertir mi presencia, sin embargo. Toso con disimulo y él vuelve su mirada y
sonríe. Y para mí sale el sol... ¡Cómo me gusta este hombre, por Dios! ¿Se dará
cuenta de cuán afectado me siento con sólo mirarlo?
—Hola,
Jaejoong —dice. Y me hace señas con la mano para que me acerque. No se pone de
pie, qué extraño. Parece...¿cansado?
Sus
hermosos ojos color café se ven tristes, enmarcados por grandes ojeras oscuras.
—Buenas
tardes.
—¿Qué
pasa que no te acercas? Tranquilo que no muerdo.
—¿Estás
enfermo? —pregunto, mientras dejo mi maletín en el respaldo de la silla. Me
quedo de pie frente a él, con las puntas de los dedos rozando el inmenso
escritorio de roble.
—Ah.
Ya entiendo. Es miedo a contagiarte, entonces —afirma con el cejo fruncido,
fingiendo enojarse. No le hago caso. Lo veo demasiado pálido. Y sin saber muy
bien qué estoy haciendo, rodeo el escritorio y le pongo la mano en la frente
para ver si tiene fiebre.
Vaya,
he logrado sorprenderlo. Abre la boca e intenta decir algo, pero no le sale
nada. Deliberadamente dejo mi mano allí unos segundos más de lo necesario y de
pronto él retoma el control y me la atrapa. Contengo el aire mientras él
examina mi palma con atención. Y luego hace algo que me pone la piel de
gallina: alza la mirada hasta fundirse en la mía y me besa la mano de una forma
tan demoledoramente sensual que termina asustándome. Hago un brusco intento de
soltarme, pero él se anticipa y se mantiene firme, con mi mano atrapada en la
suya, así que pierdo el equilibrio y termino sentado en sus rodillas. Parezco
un pájaro enjaulado intentando reponerme y salir con urgencia de su... de sus
piernas.
Finalmente
lo logro, y cuando caigo en la cuenta de ello, me siento decepcionado. Me
hubiese encantado que me obligara a quedarme ahí. Pero no lo ha hecho. Y ahora
parece inmensamente fatigado. Resopla y cierra los ojos y cuando los abre no me
mira.
Estoy
de pie a su lado y él observa la silla vacía.
—Siéntate,
Jaejoong. Te contaré de qué va el empleo que tengo para ti —me dice, mientras
se acomoda el cuello de la camisa.
Obedezco
una vez más y lo observo. A pesar de la palidez, se le ve impecable con esa
camisa oscura. El pantalón gris de vestir es de buena calidad. ¿No se relaja
nunca, ni siquiera con la ropa?
Está
en su casa, después de todo; podría ir vestido más informal, digo yo.
—¿Te
gusta lo que ves? —dice de pronto y yo siento los mil matices del rosa al rojo
en mis mejillas.
—No
—me apresuro a responder, pero estoy seguro de que mi expresión dice un «sí»
grande como una casa. Él ríe. No me cree.
—Aclaremos
algo antes. A ver, ¿cómo te lo explico? Voy a intentar ser muy...
—Franco
—digo yo como un estúpido.
—Franco
—asiente él, sonriendo—. Exacto. Lo más franco y sincero posible. No quiero que
haya más malentendidos entre nosotros, Jaejoong.
Me
remuevo inquieto en la silla. ¿Adónde quiere llegar, por Dios?
—¿Qué
quieres decir? —pregunto ansioso.
Esto
se parece a cualquier cosa menos a una entrevista de trabajo. Me he metido en
la boca del lobo; más tonto no puedo ser.
—Que
me gustas, Jaejoong. Mucho. Verte y desearte fue todo uno... Que comienzo a
pensar que el destino no está confabulado en mi contra, sino a mi favor. Y que
lamento la triste impresión que te di el día en que, sin saberlo, hablamos por
teléfono. Eso.
Parpadeo
y trago saliva, intentando asimilar el peso de sus palabras. Le gusto. Me
desea. Destino. Ay, Dios mío. ¿Qué puedo decir? Me siento igual que cuando me
dijo que quería bailar conmigo. Tengo ganas de comerle esa boca divina, de
rozar mi frente contra su barba crecida, de morderle la maldita yugular. Mi
deseo es tan fuerte que entreabro los labios para dejar salir el aire.
Tengo
que mantener la compostura. Sosiégate, Jaejoong. Ahora. Ya lo estoy logrando...
—¿Y
por eso me ofreces un empleo? ¿No es más sencillo invitarme a salir? —le digo
con cierta ironía. Y no estoy preparado para su increíble respuesta.
—Para
lo que tengo en mente, más sencillo sería casarme contigo. Pero sucede que de
verdad necesito a alguien en la oficina que me ayude con un proyecto reciente.
Se trata de una columna sobre temas legales para una publicación de la CNN.
—¿Una
columna? —repito. Está visto que hoy tengo la sagacidad de mi loro Momo.
—Sí.
Y necesito ayuda, de veras. Tendré que exponer distintos temas y responder a
preguntas de la gente. Y, como te habrás dado cuenta, no suelo ser un buen
comunicador. Además, hay otro asunto. Tengo un caso muy comprometido entre
manos, por el cual deberé lidiar con la prensa. En definitiva: te necesito. Y
en más de un sentido, Jaejoong...
Me
quedo de piedra. No sé qué decir. No me queda muy claro lo que me ofrece,
porque lo único que mi mente registra es que le gusto. Dios mío, le gusto a
este hombre. Y a mí él me tiene deslumbrado.
—Eh...
tengo que pensarlo —atino a decir, sólo porque es necesario que diga algo.
—No.
—¿No?
—Puedes
darle vueltas al asunto todo lo que quieras, pero tú y yo sabemos que vas a
decirme que sí.
—¿Y
cómo puedes estar tan seguro? —pregunto, frunciendo la nariz. Me disgusta
profundamente su soberbia. Sólo por eso, estoy tentado de decirle que no. No me
contesta, pero se pone de pie y se acerca muy despacio. Su rostro no parece
relajado, como hace unos instantes. Coloca ambas manos en los reposabrazos de
mi silla y se acuclilla delante de mí. Tener esos ojos increíblemente cafés tan
cerca me marea. Inspiro hondo y el aroma a perfume caro me envuelve de pronto.
Soy consciente de su cercanía, cada centímetro de mi piel es consciente de eso.
—Jaejoong...
—me dice, y yo cierro los párpados, deleitado.
—Yunho...
—Por
favor, pide una ambulancia.
—¿Qué?
—digo, abriendo unos ojos como platos.
—Me
siento mal, pide una...
Y
luego todo se transforma en una locura sin igual. Si la situación no fuera tan
preocupante, sería casi cómica. El mayordomo discutiendo con la criada. Go Ara
gritándome que me marche. Una pequeñita rubia, con una rana de peluche,
mirándonos desde detrás de una cortina. Y Yunho a mis pies, hecho un ovillo,
con la frente bañada en sudor, mientras a lo lejos se oyen las sirenas sonar y
sonar.
Que le paso a yunho :'( karlita lo drjaste en suspenso ahora estarr a espectativa a la espera d la proxima actualizacion. Gracias por adaptarla amiga **
ResponderEliminaraww q le paso a yunhoo!! no nos dejes asi en l mejor parte
ResponderEliminarojala no tenga nada malo T_T asdada esta muy interesante
gracias x compartir!!
jujuju Junsu si que sabe dar consejos, los condones nunca estan de mas XD
ResponderEliminarOmo!!! que le ha pasado a Yunho!!?? O:
JS tan el ajjajja xD"… yh que susto .. Esperemos no sea nada grave y solo sea por la fiebre
ResponderEliminar