martes, 23 de septiembre de 2014

Entrégate Capitulo 11



Capítulo 11


Pero no lo hizo. Bora no llamó y yo tuve que tomarme un ansiolítico para poder conciliar el sueño. Quería saber de Yunho, pero no me atrevía a llamarlo. Tenía su número, pero... ¿y si respondía Go Ara? ¿Cómo podía justificar una llamada así? No tenía derecho a hacerlo... Sólo me quedaba esperar, confiando en que todo fuese bien. Tenía la esperanza de que así fuese; Bora me lo había asegurado, y además yo pude ver cómo se lo llevaban estabilizado. Cuando pasó junto a mí, me miró y sonrió levemente... Hubiese dado cualquier cosa por ir con él en la ambulancia, por sostenerle la mano, para consolarlo.
Me confunde estar tan unido a un hombre que acabo de conocer. ¿Por qué me siento así, por qué lo noto tan cerca? Es como si en otra vida hubiésemos estado vinculados de alguna forma. Su rostro me persigue hasta cuando duermo. Me he pasado toda la noche soñando con él. Estábamos a punto de besarnos una y otra vez, pero siempre pasaba algo que lo impedía. Me he despertado con una sensación de vacío, totalmente frustrado. Me asusta esta obsesión. Tengo una personalidad altamente adictiva y cuando encuentro algo que mi psique considera que necesita, estoy perdido, porque nunca me ha sido fácil quitarme mis obsesiones de encima, y me han hecho más daño del que quisiera admitir.
Mientras voy al súper, tomo una decisión: si Bora no me llama antes de mi sesión con Changmin, buscaré el teléfono en el listín y llamaré yo. No hace falta. Cuando estoy metiendo la llave en la puerta, me suena el móvil. Justo ahora que voy cargado como un burro. Hago malabarismos para que no se me caigan las bolsas y contesto.
—¡Hola!
—Quiero creer que estás muerto de preocupación por mí.
Carajo, es él. Es Yunho. No sé qué decir y siento que se me aflojan las rodillas. A la mierda bolsas, cartera, llaves. Se me cae todo. Los limones comienzan a rodar calle abajo y yo corro detrás, maldiciendo como un marinero.
—¡Mierda! ¡Uy! —Cuando por fin los alcanzo, veo que un perro mete la cabeza justo en la bolsa en la que está mi pizza con queso y pepperone y se la lleva—. ¡Hey, maldito hijo de... te voy a matar!
—Y veo que estás feliz de saber que estoy con vida —me dice Yunho y puedo adivinar su sonrisa al otro lado de la línea.
—¿Aún estás en el hospital? —pregunto, intentando no comprometerme, mientras entro en casa hecho un lío.
—Estoy en la oficina. Y me pregunto por qué no estás tú aquí conmigo, como habíamos acordado.
—¿Como habíamos acordado? No habíamos acordado nada. Te recuerdo que te desmayaste cuando estábamos discutiéndolo —le digo, bastante molesto. Odio que den por sentado cosas que yo nunca he dicho.
—Jaejoong, no te salgas por la tangente. Deja lo que estés haciendo, que por lo que acabo de oír no es ninguna actividad placentera o importante, y ven al bufete. Ahora.
Escucho atónito cómo corta la comunicación sin esperar mi respuesta. Pero ¿qué se cree este hombre? ¡No trabajo para él! Y definitivamente no lo haré. ¿Cómo se atreve a darme órdenes de esa forma? No puedo dejar de recordar al señor Jung Yunho de la primera llamada, el «Señor Ha Sido un Placer». Parco, rudo, soberbio. Un odioso Yunho que no tiene nada que ver con el dueño de la mirada café que me tiene tan cautivado. Está loco si cree que voy a ir. Que me espere sentado. Mientras me arreglo para la sesión con mi terapeuta, no puedo evitar sonreír en el espejo. Imagino la frustración de Yunho cuando se dé cuenta de que no voy, y también su furia. Eso me produce cierta inquietud... Descarto cualquier pensamiento que me pueda incomodar, y salgo hecho un verdadero muñeco. Estoy harta de parecer una fea escoba, él sexy Jaejoong, sale vestido para matar, aunque sea a su psicólogo, que es a todas luces casado. Un atractivo y eficiente hombre que me entiende mejor que nadie, pero que no sabrá apreciar mis encantos. Y el que sí puede hacerlo, que se vaya al mismísimo infierno, porque yo no soy el sumiso de nadie.
—¿Así que estás decidido a no aceptar el empleo? —me dice Changmin cuando le cuento mis vicisitudes de los últimos días.
Supongo que me devuelve lo que acabo de decir, pero en forma de interrogante, para que vuelva a pensarlo, pero esto está más que decidido.
—Por supuesto. No puedo negarte que me atrae la propuesta...
—Y también el dueño de la propuesta —replica.
—También. Precisamente por eso no puedo aceptar. Por eso y por esa maldita forma que tiene de meterme presión para que haga lo que él quiere.
—Y para no complacerlo, te vas a privar de lo que tú quieres hacer.
Lo miro sin saber qué decir. Lo que yo quiero hacer... ¿Qué es lo que quiero hacer? He estado tan desconectado de mis propios deseos, que no tengo idea de qué es lo que quiero. Me doy cuenta de que estoy funcionando movido por la tentación de llevarle a Yunho la contraria en todo, sólo para ver qué hace.
—No sé... —digo, para evitar comprometerme.
—Jaejoong, si crees que no puedes con eso, no aceptes el empleo. Pero por contrariar a Yunho no vale la pena que te prives ni de esa proposición tan interesante, ni de ese hombre tan interesante —me dice, mirándome a los ojos y dejándome de una pieza.
—Pero es muy peligroso, Changmin. Él me... gusta, pero en realidad no lo conozco. Y siendo mi jefe no quisiera que nos relacionásemos de una manera tan... íntima. Además, no tengo claro el vínculo que lo une a Go Ara, y tampoco qué es lo que le pasó hace un año, que resultó tan dramático que le hizo perder un riñón. ¡Es todo tan complicado!
—La vida es complicada. Las personas son complicadas. Las relaciones también lo son. Si vas a huir de todo eso, enciérrate en la torre en la que has estado hasta ahora y lanza la llave por la ventana —me dice sin piedad. Y luego, tocando su reloj, añade—: Piénsalo, Jaejoong. Se ha acabado el tiempo, nos vemos la semana que viene.
Lo observo incrédulo. ¿Me va a dejar así? ¿No se supone que debería darme la razón en lugar de criticarme? Lo que le he dicho es una realidad objetiva, imposible de negar, y él me tacha prácticamente de cobarde por no querer meterme en un mundo tan complicado, por más ojos cafés que existan allí envolviéndome con su belleza. Llego a mi casa bastante contrariado. Lo único que se me ocurre hacer para contrarrestar el mal humor que tengo encima es ponerme a escribir. Enciendo el ordenador y me reencuentro con el blog. Haré catarsis aquí el día de hoy, ya que mi sesión con mi terapeuta me ha dejado con más preguntas que respuestas. En cuanto pongo los dedos en el teclado, todo comienza a fluir...
¿Por qué decimos que no cuando queremos decir sí?
Ricardo Arjona es un poeta de pacotilla que no hace otra cosa que buscar rimar agua con paraguas, lo sé. Pero cuánta sabiduría encierra su éxito de hace una década: Dime que no. Ellos han aprendido a descodificar nuestras cerradas negativas.
Entienden el «no» como un «sí camuflageado» (¿camuflageado? Pero ¿es que no existen límites para Arjona en lo que a neologismos se refiere?) y no carece de razón al interpretarlo así.
Síndrome de Gata Flora: cuando se la ponen grita y cuando se la sacan llora. Tal cual, así somos. ¿Qué somos? ¿Y qué es lo que queremos? ¡No lo sabemos! ¿Y cuándo lo queremos? ¡Ahora lo queremos!
Esto no es de Arjona, es sabiduría popular by Facebook. La única cosa clara es que no somos claros. Y no lo somos porque no sabemos qué carajo queremos. En este hermoso caos, no resulta extraño que digamos lo contrario de lo que...
Timbre. Mierda, justo cuando estoy inspirado y veo que están online más de cincuenta personas... Miro el reloj, las cinco menos cuarto. A mi madre le falta un montón para llegar, y tiene su propia llave... ¿Quién demonios...? ¡Oh! ¡Mierda!
Pego mi espalda a la puerta, porque lo que acabo de ver por la mirilla me ha puesto la piel de gallina. Es Yunho. ¿Cómo diablos ha sabido dónde...?
—Jaejoong —oigo que me dice desde el rellano—. Sé que estás ahí; tu camioneta te delata. Ábreme —dice secamente, y el obediente Jaejoong traga saliva mientras descorre lentamente el cerrojo. Y allí está. De pie, con los brazos cruzados sobre el pecho y con una cara que da miedo. Busco los hermosos cafés en su rostro, pero apenas los veo, pues con el cejo fruncido y los párpados entornados los oculta. Aun así, se lo ve increíblemente guapo, despeinado por el viento y con la barba crecida. Me doy cuenta de que tengo la boca abierta como un bobo desde que lo he visto. Y no es para menos. Estoy fascinado por el hombre que tengo enfrente, un gigante hermoso y letal, que me mira desde su altura con intenciones poco claras. Es evidente que ha salido con prisa, porque lleva camisa, corbata y chaleco abierto, pero ni rastro de la chaqueta. Tengo que sacudirme el hechizo que hace mi piel permeable a sus encantos y mostrarme como corresponde: furioso por esta invasión de mi privacidad.
—¿Se puede saber cómo diablos...? —empiezo a decir, pero él me interrumpe sin pudor alguno.
—¿Cómo he sabido dónde vives? Por el expediente del accidente. Aquí lo tienes —me dice, dejando una carpeta sobre la mesa—. Ahora me toca preguntar a mí: ¿por qué no me dijiste que fue Go Ara quien te atropelló, Jaejoong?
—¿Qué? —pregunto asombrado—. ¿Me estás hablando en serio? ¿Go Ara me...? —No puedo terminar la frase.
—¿No lo sabías?
—¡No! ¡No tenía idea! No me acuerdo de nada del momento del accidente.
—Me resulta difícil de creer. Primero Go Ara te atropella. Luego apareces en mi piso pidiendo trabajo. Y después en mi bufete, buscando un abogado para iniciar una demanda contra ella. ¿A qué estás jugando, Jaejoong? ¿Es dinero lo que quieres? —me dice, avanzando hacia mí de forma amenazadora.
—¿Estás loco? ¡Te digo que no recuerdo nada del accidente, Yunho! Fui a tu casa porque la agencia de empleo me envió. ¡Puedes comprobarlo con ellos! Y fui a tu bufete porque el psicólogo de tu hija, me dio tu teléfono. ¡Y también puedes comprobarlo, maldita sea! —le digo, al borde de un ataque de nervios.
Me mira con desconfianza. Me doy cuenta de que duda de mis palabras.
—¿Por qué has entrado en mi vida, Jaejoong? ¿Qué es lo que pretendes? ¿Volverme loco? —me pregunta de pronto, a un palmo de distancia de mi rostro. Me tiene contra la pared, literalmente.
—No pretendo nada de ti. ¡Nada de nada! —le espeto, intentando infundir desprecio a mis palabras. No lo logro, o él es inmune a ello, porque continúa frente a mí, peligrosamente cerca. Tanto, que puedo sentir cómo su respiración mueve levemente mi cabello.
No puedo más, cierro los ojos. Y, cuando lo hago, no logro reprimir una lágrima, que rueda libremente por mi mejilla hasta llegar a mi boca. De forma instintiva, la recojo con la punta de la lengua y de algún modo me doy cuenta de que, gracias a ese gesto, ahora estoy perdido. Lo oigo gemir y lo miro con temor...
Entonces sucede. De verdad sucede. Su enorme mano me toma del cuello y me inmoviliza contra la pared. No deja de mirarme mientras los jadeos, los suyos y los míos, se intensifican segundo a segundo. Y luego esa misma mano se desliza hacia arriba y de pronto me encuentro con su pulgar en mi boca, lo que me obliga a abrir los labios. Me fuerza el labio inferior y el gesto no es nada suave. Sin saber muy bien lo que estoy haciendo, le muerdo el dedo levemente. Sus ojos se abren y el café se apodera de mi alma. Mis piernas se tornan fuego líquido y el corazón me late tan fuerte que puedo oírlo.
—Maldito loco —murmura, y en seguida siento su boca sobre la mía, abierta, voraz, apremiante. Estoy totalmente entregado, no tengo ganas de luchar. Entreabro mis labios y lo dejo entrar. Su lengua se introduce sin contemplaciones. Me invade, rompe todas mis barreras, se enreda en la mía con desesperación.
Le correspondo, vaya si lo hago. No puedo pensar, sólo puedo sentir. Una ardiente humedad en mi boca, y otra crece entre mis piernas y se va extendiendo por todo mi cuerpo, irradiando un calor que me hace sentir extraña y vulnerable. Pero no puedo parar, no deseo hacerlo. Quiero quedarme prendido a su boca toda la vida. Quiero que él se pierda en la mía. Y quiero que este momento no acabe nunca, nunca, nunca... Sus manos me sueltan la cara bruscamente, pero sus labios continúan pegados a mis labios. Se aparta justo cuando tomar aire se hace vital para seguir viviendo. Inspira sobre mi boca, me muerde el mentón con más fuerza de la que debería y no puedo evitar un gemido. Si se está vengando por lo del dedo, bendita sea la venganza. Cuando siento el dulce ardor que me produce su barba al deslizarse por mi cuello, mi gemido se intensifica.
—Ahh...
No puedo creer que ese sonido provenga de mí. Lo estoy gozando con un descaro que no sé de dónde me sale. La cabeza me da vueltas cuando siento ambas manos oprimiéndome el trasero. Me los manosea sin contemplaciones. Me lo toca como si le fuese la vida en ello. Y como si me leyera la mente, me dice al oído:
—Me moría por tocarte...
Mierda, Yunho. No me digas eso, porque la bestia que vive en mí se está inquietando al extremo de querer hacer algo por lo que yo también me estoy muriendo. ¿O crees que yo no quiero tocarte?
Deseo tanto hacerlo que temo volverme loco. Pero no me deja pensarlo siquiera, porque me toma del cabello para que levante la cara y vuelve a comerme la boca. Me devora sin piedad y nuestros dientes entrechocan estrepitosamente. Me duele la nuca, que él tironea ansioso, me duele el trasero, que no se ha resignado a soltar, me duele el cuerpo de las ganas que tengo de hacerle el amor a este hombre. Lo deseo tanto, pero tanto...
—Ay, Yunho... —se me escapa entre suspiros, casi dentro de su boca. Suspende el beso abruptamente y me mira a los ojos de una forma tan ardiente que me asusta.
—No te quejes, si tú también lo deseabas... —me dice, mientras su mirada se dirige lentamente a... ¡mis pezones! Están tan rígidos que se marcan sin disimulo a través de mi camiseta.
Cruzo los brazos sobre ellos y él sonríe. Y luego me rodea el cuerpo con los suyos y me besa la nariz con ternura. Eso termina de perderme. Le echo los brazos al cuello y ahora soy yo quien lo besa como si su boca fuese un oasis en el desierto. Lo beso, lo beso, lo beso, y sin saber muy bien qué estoy haciendo, mi cuerpo se pega al suyo y puedo sentir su bulto contra mi erección. Y la bestia se despierta en ambos. Estamos de pie junto a la puerta, devorándonos a besos, dejándonos llevar por la pasión, sin poder pensar en nada más. Su mano se desliza por la pretina de mis vaqueros y siento sus dedos rozando mi boxers, palpando mi...
—¡JAEJOONG!

A mí me pasan las cosas todas juntas. El hombre que me vuelve loco se me tira encima por fin y mi odiosa abuela, que hace años que no me dirige la palabra, decide hacerlo justo en el momento en que nos pilla in fraganti a punto de hacernos el amor. Una de cal, otra de arena. Como mi vida



4 comentarios:

  1. Me encantooooo **lo lei d corrido desde donde me quede. Pobre yunnie q abra pasado para q pierda un riñon :( muchas gracias karlita por adaptarlo.
















    Y

    ResponderEliminar
  2. El destino los unio definitivamente… .cuando llegan a ese puntooo debe aprecer la abuela es enserioooo o_0… mata el momento xD !!graciaspor adapta5lo se pone interesanteee esperare por los siguientes capitulosss

    ResponderEliminar
  3. eww porq esa señora tenia q interrumpir el momento mas esperado joder e_e seguro se les arma con esa señora jajaja pobre jae q mala suerte tiene xD ash por un momento pense q yunho actuaria como un idiota y no le creeria de q no sabe nada acerca del accidente pero al menos ya se entero de q fue Go Ara e,e
    gracias x la actu!! espero el sig con ansias :3

    ResponderEliminar
  4. uuuuf por kami-sama! pero abuela porque tuvo que interrumpir el toqueteo XD jajajaja esos dos ya estaban mas caliente que un horno jijiji

    Yunho y JaeJoong sin duda estaban destinados a conocerse *w*

    ResponderEliminar