Capítulo 11
Pero
no lo hizo. Bora no llamó y yo tuve que tomarme un ansiolítico para poder
conciliar el sueño. Quería saber de Yunho, pero no me atrevía a llamarlo. Tenía
su número, pero... ¿y si respondía Go Ara? ¿Cómo podía justificar una llamada
así? No tenía derecho a hacerlo... Sólo me quedaba esperar, confiando en que
todo fuese bien. Tenía la esperanza de que así fuese; Bora me lo había
asegurado, y además yo pude ver cómo se lo llevaban estabilizado. Cuando pasó
junto a mí, me miró y sonrió levemente... Hubiese dado cualquier cosa por ir
con él en la ambulancia, por sostenerle la mano, para consolarlo.
Me
confunde estar tan unido a un hombre que acabo de conocer. ¿Por qué me siento
así, por qué lo noto tan cerca? Es como si en otra vida hubiésemos estado
vinculados de alguna forma. Su rostro me persigue hasta cuando duermo. Me he
pasado toda la noche soñando con él. Estábamos a punto de besarnos una y otra
vez, pero siempre pasaba algo que lo impedía. Me he despertado con una
sensación de vacío, totalmente frustrado. Me asusta esta obsesión. Tengo una
personalidad altamente adictiva y cuando encuentro algo que mi psique considera
que necesita, estoy perdido, porque nunca me ha sido fácil quitarme mis obsesiones
de encima, y me han hecho más daño del que quisiera admitir.
Mientras
voy al súper, tomo una decisión: si Bora no me llama antes de mi sesión con
Changmin, buscaré el teléfono en el listín y llamaré yo. No hace falta. Cuando
estoy metiendo la llave en la puerta, me suena el móvil. Justo ahora que voy
cargado como un burro. Hago malabarismos para que no se me caigan las bolsas y
contesto.
—¡Hola!
—Quiero
creer que estás muerto de preocupación por mí.
Carajo,
es él. Es Yunho. No sé qué decir y siento que se me aflojan las rodillas. A la
mierda bolsas, cartera, llaves. Se me cae todo. Los limones comienzan a rodar
calle abajo y yo corro detrás, maldiciendo como un marinero.
—¡Mierda!
¡Uy! —Cuando por fin los alcanzo, veo que un perro mete la cabeza justo en la
bolsa en la que está mi pizza con queso y pepperone y se la lleva—. ¡Hey,
maldito hijo de... te voy a matar!
—Y
veo que estás feliz de saber que estoy con vida —me dice Yunho y puedo adivinar
su sonrisa al otro lado de la línea.
—¿Aún
estás en el hospital? —pregunto, intentando no comprometerme, mientras entro en
casa hecho un lío.
—Estoy
en la oficina. Y me pregunto por qué no estás tú aquí conmigo, como habíamos
acordado.
—¿Como
habíamos acordado? No habíamos acordado nada. Te recuerdo que te desmayaste
cuando estábamos discutiéndolo —le digo, bastante molesto. Odio que den por
sentado cosas que yo nunca he dicho.
—Jaejoong,
no te salgas por la tangente. Deja lo que estés haciendo, que por lo que acabo
de oír no es ninguna actividad placentera o importante, y ven al bufete. Ahora.
Escucho
atónito cómo corta la comunicación sin esperar mi respuesta. Pero ¿qué se cree
este hombre? ¡No trabajo para él! Y definitivamente no lo haré. ¿Cómo se atreve
a darme órdenes de esa forma? No puedo dejar de recordar al señor Jung Yunho de
la primera llamada, el «Señor Ha Sido un Placer». Parco, rudo, soberbio. Un
odioso Yunho que no tiene nada que ver con el dueño de la mirada café que me
tiene tan cautivado. Está loco si cree que voy a ir. Que me espere sentado.
Mientras me arreglo para la sesión con mi terapeuta, no puedo evitar sonreír en
el espejo. Imagino la frustración de Yunho cuando se dé cuenta de que no voy, y
también su furia. Eso me produce cierta inquietud... Descarto cualquier
pensamiento que me pueda incomodar, y salgo hecho un verdadero muñeco. Estoy harta
de parecer una fea escoba, él sexy Jaejoong, sale vestido para matar, aunque
sea a su psicólogo, que es a todas luces casado. Un atractivo y eficiente
hombre que me entiende mejor que nadie, pero que no sabrá apreciar mis
encantos. Y el que sí puede hacerlo, que se vaya al mismísimo infierno, porque
yo no soy el sumiso de nadie.
—¿Así
que estás decidido a no aceptar el empleo? —me dice Changmin cuando le cuento
mis vicisitudes de los últimos días.
Supongo
que me devuelve lo que acabo de decir, pero en forma de interrogante, para que
vuelva a pensarlo, pero esto está más que decidido.
—Por
supuesto. No puedo negarte que me atrae la propuesta...
—Y
también el dueño de la propuesta —replica.
—También.
Precisamente por eso no puedo aceptar. Por eso y por esa maldita forma que
tiene de meterme presión para que haga lo que él quiere.
—Y
para no complacerlo, te vas a privar de lo que tú quieres hacer.
Lo
miro sin saber qué decir. Lo que yo quiero hacer... ¿Qué es lo que quiero
hacer? He estado tan desconectado de mis propios deseos, que no tengo idea de
qué es lo que quiero. Me doy cuenta de que estoy funcionando movido por la
tentación de llevarle a Yunho la contraria en todo, sólo para ver qué hace.
—No
sé... —digo, para evitar comprometerme.
—Jaejoong,
si crees que no puedes con eso, no aceptes el empleo. Pero por contrariar a
Yunho no vale la pena que te prives ni de esa proposición tan interesante, ni
de ese hombre tan interesante —me dice, mirándome a los ojos y dejándome de una
pieza.
—Pero
es muy peligroso, Changmin. Él me... gusta, pero en realidad no lo conozco. Y
siendo mi jefe no quisiera que nos relacionásemos de una manera tan... íntima.
Además, no tengo claro el vínculo que lo une a Go Ara, y tampoco qué es lo que
le pasó hace un año, que resultó tan dramático que le hizo perder un riñón. ¡Es
todo tan complicado!
—La
vida es complicada. Las personas son complicadas. Las relaciones también lo
son. Si vas a huir de todo eso, enciérrate en la torre en la que has estado
hasta ahora y lanza la llave por la ventana —me dice sin piedad. Y luego,
tocando su reloj, añade—: Piénsalo, Jaejoong. Se ha acabado el tiempo, nos
vemos la semana que viene.
Lo
observo incrédulo. ¿Me va a dejar así? ¿No se supone que debería darme la razón
en lugar de criticarme? Lo que le he dicho es una realidad objetiva, imposible
de negar, y él me tacha prácticamente de cobarde por no querer meterme en un
mundo tan complicado, por más ojos cafés que existan allí envolviéndome con su
belleza. Llego a mi casa bastante contrariado. Lo único que se me ocurre hacer
para contrarrestar el mal humor que tengo encima es ponerme a escribir.
Enciendo el ordenador y me reencuentro con el blog. Haré catarsis aquí el día
de hoy, ya que mi sesión con mi terapeuta me ha dejado con más preguntas que
respuestas. En cuanto pongo los dedos en el teclado, todo comienza a fluir...
¿Por qué
decimos que no cuando queremos decir sí?
Ricardo Arjona es un poeta de
pacotilla que no hace otra cosa que buscar rimar agua con paraguas, lo sé. Pero
cuánta sabiduría encierra su éxito de hace una década: Dime que no. Ellos han
aprendido a descodificar nuestras cerradas negativas.
Entienden el «no» como un «sí
camuflageado» (¿camuflageado? Pero ¿es que no existen límites para Arjona en lo
que a neologismos se refiere?) y no carece de razón al interpretarlo así.
Síndrome de Gata Flora:
cuando se la ponen grita y cuando se la sacan llora. Tal cual, así somos. ¿Qué
somos? ¿Y qué es lo que queremos? ¡No lo sabemos! ¿Y cuándo lo queremos? ¡Ahora
lo queremos!
Esto no es de Arjona, es
sabiduría popular by Facebook. La única cosa clara es que no somos claros. Y no
lo somos porque no sabemos qué carajo queremos. En este hermoso caos, no
resulta extraño que digamos lo contrario de lo que...
Timbre.
Mierda, justo cuando estoy inspirado y veo que están online más de cincuenta
personas... Miro el reloj, las cinco menos cuarto. A mi madre le falta un
montón para llegar, y tiene su propia llave... ¿Quién demonios...? ¡Oh!
¡Mierda!
Pego
mi espalda a la puerta, porque lo que acabo de ver por la mirilla me ha puesto
la piel de gallina. Es Yunho. ¿Cómo diablos ha sabido dónde...?
—Jaejoong
—oigo que me dice desde el rellano—. Sé que estás ahí; tu camioneta te delata.
Ábreme —dice secamente, y el obediente Jaejoong traga saliva mientras descorre lentamente
el cerrojo. Y allí está. De pie, con los brazos cruzados sobre el pecho y con
una cara que da miedo. Busco los hermosos cafés en su rostro, pero apenas los
veo, pues con el cejo fruncido y los párpados entornados los oculta. Aun así,
se lo ve increíblemente guapo, despeinado por el viento y con la barba crecida.
Me doy cuenta de que tengo la boca abierta como un bobo desde que lo he visto.
Y no es para menos. Estoy fascinado por el hombre que tengo enfrente, un
gigante hermoso y letal, que me mira desde su altura con intenciones poco
claras. Es evidente que ha salido con prisa, porque lleva camisa, corbata y chaleco
abierto, pero ni rastro de la chaqueta. Tengo que sacudirme el hechizo que hace
mi piel permeable a sus encantos y mostrarme como corresponde: furioso por esta
invasión de mi privacidad.
—¿Se
puede saber cómo diablos...? —empiezo a decir, pero él me interrumpe sin pudor
alguno.
—¿Cómo
he sabido dónde vives? Por el expediente del accidente. Aquí lo tienes —me
dice, dejando una carpeta sobre la mesa—. Ahora me toca preguntar a mí: ¿por
qué no me dijiste que fue Go Ara quien te atropelló, Jaejoong?
—¿Qué?
—pregunto asombrado—. ¿Me estás hablando en serio? ¿Go Ara me...? —No puedo
terminar la frase.
—¿No
lo sabías?
—¡No!
¡No tenía idea! No me acuerdo de nada del momento del accidente.
—Me
resulta difícil de creer. Primero Go Ara te atropella. Luego apareces en mi
piso pidiendo trabajo. Y después en mi bufete, buscando un abogado para iniciar
una demanda contra ella. ¿A qué estás jugando, Jaejoong? ¿Es dinero lo que
quieres? —me dice, avanzando hacia mí de forma amenazadora.
—¿Estás
loco? ¡Te digo que no recuerdo nada del accidente, Yunho! Fui a tu casa porque
la agencia de empleo me envió. ¡Puedes comprobarlo con ellos! Y fui a tu bufete
porque el psicólogo de tu hija, me dio tu teléfono. ¡Y también puedes
comprobarlo, maldita sea! —le digo, al borde de un ataque de nervios.
Me
mira con desconfianza. Me doy cuenta de que duda de mis palabras.
—¿Por
qué has entrado en mi vida, Jaejoong? ¿Qué es lo que pretendes? ¿Volverme loco?
—me pregunta de pronto, a un palmo de distancia de mi rostro. Me tiene contra
la pared, literalmente.
—No
pretendo nada de ti. ¡Nada de nada! —le espeto, intentando infundir desprecio a
mis palabras. No lo logro, o él es inmune a ello, porque continúa frente a mí,
peligrosamente cerca. Tanto, que puedo sentir cómo su respiración mueve
levemente mi cabello.
No
puedo más, cierro los ojos. Y, cuando lo hago, no logro reprimir una lágrima,
que rueda libremente por mi mejilla hasta llegar a mi boca. De forma
instintiva, la recojo con la punta de la lengua y de algún modo me doy cuenta
de que, gracias a ese gesto, ahora estoy perdido. Lo oigo gemir y lo miro con
temor...
Entonces
sucede. De verdad sucede. Su enorme mano me toma del cuello y me inmoviliza
contra la pared. No deja de mirarme mientras los jadeos, los suyos y los míos,
se intensifican segundo a segundo. Y luego esa misma mano se desliza hacia
arriba y de pronto me encuentro con su pulgar en mi boca, lo que me obliga a
abrir los labios. Me fuerza el labio inferior y el gesto no es nada suave. Sin
saber muy bien lo que estoy haciendo, le muerdo el dedo levemente. Sus ojos se
abren y el café se apodera de mi alma. Mis piernas se tornan fuego líquido y el
corazón me late tan fuerte que puedo oírlo.
—Maldito
loco —murmura, y en seguida siento su boca sobre la mía, abierta, voraz,
apremiante. Estoy totalmente entregado, no tengo ganas de luchar. Entreabro mis
labios y lo dejo entrar. Su lengua se introduce sin contemplaciones. Me invade,
rompe todas mis barreras, se enreda en la mía con desesperación.
Le
correspondo, vaya si lo hago. No puedo pensar, sólo puedo sentir. Una ardiente
humedad en mi boca, y otra crece entre mis piernas y se va extendiendo por todo
mi cuerpo, irradiando un calor que me hace sentir extraña y vulnerable. Pero no
puedo parar, no deseo hacerlo. Quiero quedarme prendido a su boca toda la vida.
Quiero que él se pierda en la mía. Y quiero que este momento no acabe nunca,
nunca, nunca... Sus manos me sueltan la cara bruscamente, pero sus labios continúan
pegados a mis labios. Se aparta justo cuando tomar aire se hace vital para
seguir viviendo. Inspira sobre mi boca, me muerde el mentón con más fuerza de
la que debería y no puedo evitar un gemido. Si se está vengando por lo del
dedo, bendita sea la venganza. Cuando siento el dulce ardor que me produce su
barba al deslizarse por mi cuello, mi gemido se intensifica.
—Ahh...
No
puedo creer que ese sonido provenga de mí. Lo estoy gozando con un descaro que
no sé de dónde me sale. La cabeza me da vueltas cuando siento ambas manos
oprimiéndome el trasero. Me los manosea sin contemplaciones. Me lo toca como si
le fuese la vida en ello. Y como si me leyera la mente, me dice al oído:
—Me
moría por tocarte...
Mierda,
Yunho. No me digas eso, porque la bestia que vive en mí se está inquietando al
extremo de querer hacer algo por lo que yo también me estoy muriendo. ¿O crees
que yo no quiero tocarte?
Deseo
tanto hacerlo que temo volverme loco. Pero no me deja pensarlo siquiera, porque
me toma del cabello para que levante la cara y vuelve a comerme la boca. Me
devora sin piedad y nuestros dientes entrechocan estrepitosamente. Me duele la
nuca, que él tironea ansioso, me duele el trasero, que no se ha resignado a
soltar, me duele el cuerpo de las ganas que tengo de hacerle el amor a este
hombre. Lo deseo tanto, pero tanto...
—Ay,
Yunho... —se me escapa entre suspiros, casi dentro de su boca. Suspende el beso
abruptamente y me mira a los ojos de una forma tan ardiente que me asusta.
—No
te quejes, si tú también lo deseabas... —me dice, mientras su mirada se dirige
lentamente a... ¡mis pezones! Están tan rígidos que se marcan sin disimulo a
través de mi camiseta.
Cruzo
los brazos sobre ellos y él sonríe. Y luego me rodea el cuerpo con los suyos y
me besa la nariz con ternura. Eso termina de perderme. Le echo los brazos al
cuello y ahora soy yo quien lo besa como si su boca fuese un oasis en el
desierto. Lo beso, lo beso, lo beso, y sin saber muy bien qué estoy haciendo,
mi cuerpo se pega al suyo y puedo sentir su bulto contra mi erección. Y la
bestia se despierta en ambos. Estamos de pie junto a la puerta, devorándonos a
besos, dejándonos llevar por la pasión, sin poder pensar en nada más. Su mano
se desliza por la pretina de mis vaqueros y siento sus dedos rozando mi boxers,
palpando mi...
—¡JAEJOONG!
A mí
me pasan las cosas todas juntas. El hombre que me vuelve loco se me tira encima
por fin y mi odiosa abuela, que hace años que no me dirige la palabra, decide
hacerlo justo en el momento en que nos pilla in fraganti a punto de hacernos el
amor. Una de cal, otra de arena. Como mi vida