martes, 23 de septiembre de 2014

Entrégate Capitulo 11



Capítulo 11


Pero no lo hizo. Bora no llamó y yo tuve que tomarme un ansiolítico para poder conciliar el sueño. Quería saber de Yunho, pero no me atrevía a llamarlo. Tenía su número, pero... ¿y si respondía Go Ara? ¿Cómo podía justificar una llamada así? No tenía derecho a hacerlo... Sólo me quedaba esperar, confiando en que todo fuese bien. Tenía la esperanza de que así fuese; Bora me lo había asegurado, y además yo pude ver cómo se lo llevaban estabilizado. Cuando pasó junto a mí, me miró y sonrió levemente... Hubiese dado cualquier cosa por ir con él en la ambulancia, por sostenerle la mano, para consolarlo.
Me confunde estar tan unido a un hombre que acabo de conocer. ¿Por qué me siento así, por qué lo noto tan cerca? Es como si en otra vida hubiésemos estado vinculados de alguna forma. Su rostro me persigue hasta cuando duermo. Me he pasado toda la noche soñando con él. Estábamos a punto de besarnos una y otra vez, pero siempre pasaba algo que lo impedía. Me he despertado con una sensación de vacío, totalmente frustrado. Me asusta esta obsesión. Tengo una personalidad altamente adictiva y cuando encuentro algo que mi psique considera que necesita, estoy perdido, porque nunca me ha sido fácil quitarme mis obsesiones de encima, y me han hecho más daño del que quisiera admitir.
Mientras voy al súper, tomo una decisión: si Bora no me llama antes de mi sesión con Changmin, buscaré el teléfono en el listín y llamaré yo. No hace falta. Cuando estoy metiendo la llave en la puerta, me suena el móvil. Justo ahora que voy cargado como un burro. Hago malabarismos para que no se me caigan las bolsas y contesto.
—¡Hola!
—Quiero creer que estás muerto de preocupación por mí.
Carajo, es él. Es Yunho. No sé qué decir y siento que se me aflojan las rodillas. A la mierda bolsas, cartera, llaves. Se me cae todo. Los limones comienzan a rodar calle abajo y yo corro detrás, maldiciendo como un marinero.
—¡Mierda! ¡Uy! —Cuando por fin los alcanzo, veo que un perro mete la cabeza justo en la bolsa en la que está mi pizza con queso y pepperone y se la lleva—. ¡Hey, maldito hijo de... te voy a matar!
—Y veo que estás feliz de saber que estoy con vida —me dice Yunho y puedo adivinar su sonrisa al otro lado de la línea.
—¿Aún estás en el hospital? —pregunto, intentando no comprometerme, mientras entro en casa hecho un lío.
—Estoy en la oficina. Y me pregunto por qué no estás tú aquí conmigo, como habíamos acordado.
—¿Como habíamos acordado? No habíamos acordado nada. Te recuerdo que te desmayaste cuando estábamos discutiéndolo —le digo, bastante molesto. Odio que den por sentado cosas que yo nunca he dicho.
—Jaejoong, no te salgas por la tangente. Deja lo que estés haciendo, que por lo que acabo de oír no es ninguna actividad placentera o importante, y ven al bufete. Ahora.
Escucho atónito cómo corta la comunicación sin esperar mi respuesta. Pero ¿qué se cree este hombre? ¡No trabajo para él! Y definitivamente no lo haré. ¿Cómo se atreve a darme órdenes de esa forma? No puedo dejar de recordar al señor Jung Yunho de la primera llamada, el «Señor Ha Sido un Placer». Parco, rudo, soberbio. Un odioso Yunho que no tiene nada que ver con el dueño de la mirada café que me tiene tan cautivado. Está loco si cree que voy a ir. Que me espere sentado. Mientras me arreglo para la sesión con mi terapeuta, no puedo evitar sonreír en el espejo. Imagino la frustración de Yunho cuando se dé cuenta de que no voy, y también su furia. Eso me produce cierta inquietud... Descarto cualquier pensamiento que me pueda incomodar, y salgo hecho un verdadero muñeco. Estoy harta de parecer una fea escoba, él sexy Jaejoong, sale vestido para matar, aunque sea a su psicólogo, que es a todas luces casado. Un atractivo y eficiente hombre que me entiende mejor que nadie, pero que no sabrá apreciar mis encantos. Y el que sí puede hacerlo, que se vaya al mismísimo infierno, porque yo no soy el sumiso de nadie.
—¿Así que estás decidido a no aceptar el empleo? —me dice Changmin cuando le cuento mis vicisitudes de los últimos días.
Supongo que me devuelve lo que acabo de decir, pero en forma de interrogante, para que vuelva a pensarlo, pero esto está más que decidido.
—Por supuesto. No puedo negarte que me atrae la propuesta...
—Y también el dueño de la propuesta —replica.
—También. Precisamente por eso no puedo aceptar. Por eso y por esa maldita forma que tiene de meterme presión para que haga lo que él quiere.
—Y para no complacerlo, te vas a privar de lo que tú quieres hacer.
Lo miro sin saber qué decir. Lo que yo quiero hacer... ¿Qué es lo que quiero hacer? He estado tan desconectado de mis propios deseos, que no tengo idea de qué es lo que quiero. Me doy cuenta de que estoy funcionando movido por la tentación de llevarle a Yunho la contraria en todo, sólo para ver qué hace.
—No sé... —digo, para evitar comprometerme.
—Jaejoong, si crees que no puedes con eso, no aceptes el empleo. Pero por contrariar a Yunho no vale la pena que te prives ni de esa proposición tan interesante, ni de ese hombre tan interesante —me dice, mirándome a los ojos y dejándome de una pieza.
—Pero es muy peligroso, Changmin. Él me... gusta, pero en realidad no lo conozco. Y siendo mi jefe no quisiera que nos relacionásemos de una manera tan... íntima. Además, no tengo claro el vínculo que lo une a Go Ara, y tampoco qué es lo que le pasó hace un año, que resultó tan dramático que le hizo perder un riñón. ¡Es todo tan complicado!
—La vida es complicada. Las personas son complicadas. Las relaciones también lo son. Si vas a huir de todo eso, enciérrate en la torre en la que has estado hasta ahora y lanza la llave por la ventana —me dice sin piedad. Y luego, tocando su reloj, añade—: Piénsalo, Jaejoong. Se ha acabado el tiempo, nos vemos la semana que viene.
Lo observo incrédulo. ¿Me va a dejar así? ¿No se supone que debería darme la razón en lugar de criticarme? Lo que le he dicho es una realidad objetiva, imposible de negar, y él me tacha prácticamente de cobarde por no querer meterme en un mundo tan complicado, por más ojos cafés que existan allí envolviéndome con su belleza. Llego a mi casa bastante contrariado. Lo único que se me ocurre hacer para contrarrestar el mal humor que tengo encima es ponerme a escribir. Enciendo el ordenador y me reencuentro con el blog. Haré catarsis aquí el día de hoy, ya que mi sesión con mi terapeuta me ha dejado con más preguntas que respuestas. En cuanto pongo los dedos en el teclado, todo comienza a fluir...
¿Por qué decimos que no cuando queremos decir sí?
Ricardo Arjona es un poeta de pacotilla que no hace otra cosa que buscar rimar agua con paraguas, lo sé. Pero cuánta sabiduría encierra su éxito de hace una década: Dime que no. Ellos han aprendido a descodificar nuestras cerradas negativas.
Entienden el «no» como un «sí camuflageado» (¿camuflageado? Pero ¿es que no existen límites para Arjona en lo que a neologismos se refiere?) y no carece de razón al interpretarlo así.
Síndrome de Gata Flora: cuando se la ponen grita y cuando se la sacan llora. Tal cual, así somos. ¿Qué somos? ¿Y qué es lo que queremos? ¡No lo sabemos! ¿Y cuándo lo queremos? ¡Ahora lo queremos!
Esto no es de Arjona, es sabiduría popular by Facebook. La única cosa clara es que no somos claros. Y no lo somos porque no sabemos qué carajo queremos. En este hermoso caos, no resulta extraño que digamos lo contrario de lo que...
Timbre. Mierda, justo cuando estoy inspirado y veo que están online más de cincuenta personas... Miro el reloj, las cinco menos cuarto. A mi madre le falta un montón para llegar, y tiene su propia llave... ¿Quién demonios...? ¡Oh! ¡Mierda!
Pego mi espalda a la puerta, porque lo que acabo de ver por la mirilla me ha puesto la piel de gallina. Es Yunho. ¿Cómo diablos ha sabido dónde...?
—Jaejoong —oigo que me dice desde el rellano—. Sé que estás ahí; tu camioneta te delata. Ábreme —dice secamente, y el obediente Jaejoong traga saliva mientras descorre lentamente el cerrojo. Y allí está. De pie, con los brazos cruzados sobre el pecho y con una cara que da miedo. Busco los hermosos cafés en su rostro, pero apenas los veo, pues con el cejo fruncido y los párpados entornados los oculta. Aun así, se lo ve increíblemente guapo, despeinado por el viento y con la barba crecida. Me doy cuenta de que tengo la boca abierta como un bobo desde que lo he visto. Y no es para menos. Estoy fascinado por el hombre que tengo enfrente, un gigante hermoso y letal, que me mira desde su altura con intenciones poco claras. Es evidente que ha salido con prisa, porque lleva camisa, corbata y chaleco abierto, pero ni rastro de la chaqueta. Tengo que sacudirme el hechizo que hace mi piel permeable a sus encantos y mostrarme como corresponde: furioso por esta invasión de mi privacidad.
—¿Se puede saber cómo diablos...? —empiezo a decir, pero él me interrumpe sin pudor alguno.
—¿Cómo he sabido dónde vives? Por el expediente del accidente. Aquí lo tienes —me dice, dejando una carpeta sobre la mesa—. Ahora me toca preguntar a mí: ¿por qué no me dijiste que fue Go Ara quien te atropelló, Jaejoong?
—¿Qué? —pregunto asombrado—. ¿Me estás hablando en serio? ¿Go Ara me...? —No puedo terminar la frase.
—¿No lo sabías?
—¡No! ¡No tenía idea! No me acuerdo de nada del momento del accidente.
—Me resulta difícil de creer. Primero Go Ara te atropella. Luego apareces en mi piso pidiendo trabajo. Y después en mi bufete, buscando un abogado para iniciar una demanda contra ella. ¿A qué estás jugando, Jaejoong? ¿Es dinero lo que quieres? —me dice, avanzando hacia mí de forma amenazadora.
—¿Estás loco? ¡Te digo que no recuerdo nada del accidente, Yunho! Fui a tu casa porque la agencia de empleo me envió. ¡Puedes comprobarlo con ellos! Y fui a tu bufete porque el psicólogo de tu hija, me dio tu teléfono. ¡Y también puedes comprobarlo, maldita sea! —le digo, al borde de un ataque de nervios.
Me mira con desconfianza. Me doy cuenta de que duda de mis palabras.
—¿Por qué has entrado en mi vida, Jaejoong? ¿Qué es lo que pretendes? ¿Volverme loco? —me pregunta de pronto, a un palmo de distancia de mi rostro. Me tiene contra la pared, literalmente.
—No pretendo nada de ti. ¡Nada de nada! —le espeto, intentando infundir desprecio a mis palabras. No lo logro, o él es inmune a ello, porque continúa frente a mí, peligrosamente cerca. Tanto, que puedo sentir cómo su respiración mueve levemente mi cabello.
No puedo más, cierro los ojos. Y, cuando lo hago, no logro reprimir una lágrima, que rueda libremente por mi mejilla hasta llegar a mi boca. De forma instintiva, la recojo con la punta de la lengua y de algún modo me doy cuenta de que, gracias a ese gesto, ahora estoy perdido. Lo oigo gemir y lo miro con temor...
Entonces sucede. De verdad sucede. Su enorme mano me toma del cuello y me inmoviliza contra la pared. No deja de mirarme mientras los jadeos, los suyos y los míos, se intensifican segundo a segundo. Y luego esa misma mano se desliza hacia arriba y de pronto me encuentro con su pulgar en mi boca, lo que me obliga a abrir los labios. Me fuerza el labio inferior y el gesto no es nada suave. Sin saber muy bien lo que estoy haciendo, le muerdo el dedo levemente. Sus ojos se abren y el café se apodera de mi alma. Mis piernas se tornan fuego líquido y el corazón me late tan fuerte que puedo oírlo.
—Maldito loco —murmura, y en seguida siento su boca sobre la mía, abierta, voraz, apremiante. Estoy totalmente entregado, no tengo ganas de luchar. Entreabro mis labios y lo dejo entrar. Su lengua se introduce sin contemplaciones. Me invade, rompe todas mis barreras, se enreda en la mía con desesperación.
Le correspondo, vaya si lo hago. No puedo pensar, sólo puedo sentir. Una ardiente humedad en mi boca, y otra crece entre mis piernas y se va extendiendo por todo mi cuerpo, irradiando un calor que me hace sentir extraña y vulnerable. Pero no puedo parar, no deseo hacerlo. Quiero quedarme prendido a su boca toda la vida. Quiero que él se pierda en la mía. Y quiero que este momento no acabe nunca, nunca, nunca... Sus manos me sueltan la cara bruscamente, pero sus labios continúan pegados a mis labios. Se aparta justo cuando tomar aire se hace vital para seguir viviendo. Inspira sobre mi boca, me muerde el mentón con más fuerza de la que debería y no puedo evitar un gemido. Si se está vengando por lo del dedo, bendita sea la venganza. Cuando siento el dulce ardor que me produce su barba al deslizarse por mi cuello, mi gemido se intensifica.
—Ahh...
No puedo creer que ese sonido provenga de mí. Lo estoy gozando con un descaro que no sé de dónde me sale. La cabeza me da vueltas cuando siento ambas manos oprimiéndome el trasero. Me los manosea sin contemplaciones. Me lo toca como si le fuese la vida en ello. Y como si me leyera la mente, me dice al oído:
—Me moría por tocarte...
Mierda, Yunho. No me digas eso, porque la bestia que vive en mí se está inquietando al extremo de querer hacer algo por lo que yo también me estoy muriendo. ¿O crees que yo no quiero tocarte?
Deseo tanto hacerlo que temo volverme loco. Pero no me deja pensarlo siquiera, porque me toma del cabello para que levante la cara y vuelve a comerme la boca. Me devora sin piedad y nuestros dientes entrechocan estrepitosamente. Me duele la nuca, que él tironea ansioso, me duele el trasero, que no se ha resignado a soltar, me duele el cuerpo de las ganas que tengo de hacerle el amor a este hombre. Lo deseo tanto, pero tanto...
—Ay, Yunho... —se me escapa entre suspiros, casi dentro de su boca. Suspende el beso abruptamente y me mira a los ojos de una forma tan ardiente que me asusta.
—No te quejes, si tú también lo deseabas... —me dice, mientras su mirada se dirige lentamente a... ¡mis pezones! Están tan rígidos que se marcan sin disimulo a través de mi camiseta.
Cruzo los brazos sobre ellos y él sonríe. Y luego me rodea el cuerpo con los suyos y me besa la nariz con ternura. Eso termina de perderme. Le echo los brazos al cuello y ahora soy yo quien lo besa como si su boca fuese un oasis en el desierto. Lo beso, lo beso, lo beso, y sin saber muy bien qué estoy haciendo, mi cuerpo se pega al suyo y puedo sentir su bulto contra mi erección. Y la bestia se despierta en ambos. Estamos de pie junto a la puerta, devorándonos a besos, dejándonos llevar por la pasión, sin poder pensar en nada más. Su mano se desliza por la pretina de mis vaqueros y siento sus dedos rozando mi boxers, palpando mi...
—¡JAEJOONG!

A mí me pasan las cosas todas juntas. El hombre que me vuelve loco se me tira encima por fin y mi odiosa abuela, que hace años que no me dirige la palabra, decide hacerlo justo en el momento en que nos pilla in fraganti a punto de hacernos el amor. Una de cal, otra de arena. Como mi vida



Entrégate Capitulo 10


Capítulo 10


—¿Diálisis? —pregunto asombrado.
—Diálisis —repite el ama de llaves.
Me la quedo mirando sin saber qué decir. Hace unos minutos se han llevado a Yunho en ambulancia bastante estabilizado, para asegurarse de que estaba todo bien. La histérica de Go Ara se ha metido dentro del vehículo y, a través del cristal, he podido ver cómo me fulminaba con la mirada. No me he atrevido a contrariarla más, pero hubiese querido ser yo el que fuera con Yunho en la ambulancia. Absolutamente angustiado, me he quedado de pie en la acera, sin saber qué hacer, hasta que alguien me ha tomado del brazo y me ha llevado nuevamente al interior del edificio.
—Venga, joven —me ha dicho—. Soy Bora, el ama de llaves. Le prepararé un té; sinceramente, su palidez me asusta...
Me he dejado llevar. No podía salir de mi estupor, de mi pesar. Me dolía el alma por Yunho, porque no sabía qué había pasado, qué era lo que tenía y cómo iba a evolucionar su estado de salud.
Y aquí estamos, tomando un té sentados a la mesa de la bellísima cocina, decorada con la misma calidez del despacho. En cambio, el vestíbulo y la enorme sala parecen fríos y asépticos con su estilo minimalista, idéntico al del bufete, donde el blanco casi deslumbra.
Observo a la mujer en silencio, abrumada aún por lo que me acaba de decir. Diálisis. Mierda, eso suena a... grave. Yunho está muy enfermo. Yunho tiene algo muy malo... Ay, Dios.
—¿Qué es lo que tiene?
—Perdió un riñón hace diez meses. Tiene que someterse a diálisis todas las semanas durante un año, así que ya le queda poco —me dice. ¿Perdió un riñón? Pero ¿cómo...? ¿Un tumor, un accidente? No me atrevo a preguntar, pero darme cuenta de la magnitud del problema me hace estremecer. Y es evidente que algo anda muy mal, si no, en este preciso instante quizá estaría besándome intensamente y no camino de un hospital. Bora espera pacientemente que yo asimile la información que me acaba de dar.
—¿Y hoy le tocaba? ¿Por eso estaba tan mal?
Me sirve más té mientras responde:
—A veces no reacciona del todo bien al tratamiento. Por eso ha optado por no ir al bufete ese día. Pero no se preocupe, joven. Dentro de un rato estará de vuelta, refunfuñando como siempre.
Sonríe, y esa familiaridad que adivino detrás de sus palabras me anima a preguntar más.
—Por favor, llámeme Jaejoong. ¿Hace mucho que trabaja en esta casa?
—Mucho. Hace más de quince años que trabajo aquí. ¿Por qué lo pregunta?
—Bueno, es que... el señor Yunho me ha ofrecido empleo y quería saber qué tal es como jefe — miento. Lo que en realidad quiero saber sería demasiado invasivo para la intimidad que intuyo que ella querrá proteger a toda costa.
—¿Le digo la verdad? Es terrible. Sólo lo soporto porque es mi sobrino. ¡Su sobrino! Qué raro. Abro los ojos asombrado...
—Me ha dejado helado —le digo.
—Sí, ya me he dado cuenta. Es que prefiero trabajar para Yunho antes que para otras personas a las que no quiera tanto. Y ahora esa niña es mi vida... La niña. De pronto recuerdo su carita asustada detrás de la cortina, mientras todos corrían alarmados y Yunho estaba inconsciente en el suelo. Si algo me ha impedido intentar reanimarlo con respiración boca a boca, ha sido ese pequeño rostro que nos miraba aterrorizado. Eso y la loca de Go Ara, que me gritaba que me alejara de él.
—Su hija... —murmuro—. Ella ha visto cómo su padre... La pequeña lo ha visto todo, Bora. Lo ha visto tendido en el suelo y cómo se lo llevaban en camilla. ¿Dónde está ahora? ¡Debe de estar muy asustada!
—No se preocupe, Jaejoong. Está en su habitación con Lyu, la criada. Ha Ni Ah está acostumbrada a ver escenas como ésta. Desde que conoció a su padre, no ha hecho más que verlo así.
—¿Qué edad tiene?
—Cuatro años —me dice—. Los cumplió en septiembre. Es un pequeño sol.
—Es muy guapa, sí. Pero ¿cuánto hace que Yunho, digo, el señor Yunho, está enfermo? Creía que había perdido el riñón hace menos de un año, pero usted dice que la niña ha visto a su padre mal desde hace mucho tiempo.
—Y así es. Ha Ni Ah vino a vivir a esta casa después de... del incidente. Ella nació en Venecia, y podría decirse que conoció a Yunho el año pasado, cuando regresó con su... madre.
No salgo de mi asombro. Detrás del hombre que me tiene tan fascinado, hay una historia demasiado dramática. Mi alma se debate entre continuar preguntando y alejarme. Es inútil. Nada de lo que le haya pasado o de lo que le vaya a pasar puede resultarme indiferente. Necesito saberlo todo de él. Sé que me dolerá su pasado, y que su presente será peor, pero no puedo sustraerme a lo que él me provoca. ¿Qué me provoca? Mucha ansiedad. Deseos de cuidarlo, de protegerlo. Terribles ganas de conocerlo más y más. Quisiera sumergirme en la inmensidad café de sus ojos y acariciar su alma. Quisiera introducirme en su cuerpo y sanar sus heridas. Quisiera tantas cosas... Aparto de mi cabeza las más lujuriosas y me concentro en lo que realmente importa ahora. El incidente. ¿De qué estaría hablando? Se lo pregunto:
—¿A qué se refiere con el incidente, Bora? Disculpe mi atrevimiento...
—No sé si debo... Jaejoong, se trata de algo terrible. Algo muy doloroso con lo que jamás esperábamos enfrentarnos en esta familia. Y sin embargo sucedió. Prefiero no hablar de eso ahora... — me dice con lágrimas en los ojos. Pero de pronto su expresión cambia cuando su mirada se dirige a la puerta—. ¡Hola, tesoro!
Me vuelvo rápidamente y veo entrar a la niña, vestida de rosa, con el pelo revuelto y la rana verde que no parece muy limpia.
Ella me observa con el dedo en la boca. Parece una muñeca, hermosa y triste. Esta pequeña es hija de Yunho, es un trozo de él, y probablemente lo más lindo que ha hecho en su vida. Junto a Go Ara. Mierda...
—Quiero dolce de leche —susurra con su vocecita de duende.
—¿Cómo se pide? —pregunta Bora, intentando sonar enojada. Ha Ni Ah se encoge de hombros.
—No lo sé —murmura y luego sus hermosos ojos cafés, idénticos a los de su padre, me miran como preguntando la respuesta.
La saco del apuro. Mis labios esbozan un mudo «por favor» y ella me entiende y sonríe.
—Por favor, quiero dolce de leche —dice finalmente.
Bora también ríe y abre la nevera para complacerla. Le sirve un poco en una taza con el dibujo de Dora la Exploradora.
—Siéntate, Hani. ¡Upa! —exclama, mientras la sube a la silla. La pequeña y yo quedamos frente a frente. No sé si de verdad quiere el dulce, porque sólo mueve la cuchara en la taza y no deja de mirarme.
—¿Quieres? —pregunta de pronto.
No me gusta el dulce de leche. Nunca me ha gustado, pero no quiero rechazar una oferta hecha de forma tan encantadora.
—Bueno.
Ella me alcanza la cuchara y pruebo un poco. No está tan mal.
—Rico —le digo. Y agrego—: Soy Jaejoong.
—El fidanzatto de papá —afirma y a mí me entra un incontrolable acceso de tos.
—¿No te dije que es de mala educación hablar en italiano cuando los que estamos presentes no lo hacemos? ¡Es como hablar en secreto! Muy feo, Hani. Si estás preocupada por papá, te diré que en menos de lo que canta un gallo estará de vuelta, y más gruñón que antes —interviene Bora, sonriendo. Es evidente que no se ha dado cuenta de lo que la niña ha dicho: «él novio de papá». ¿Cómo se le ocurre algo así? ¿Yunho habrá dicho algo de mí o será una simple expresión de deseo? Si Go Ara se enterara de esto... Cada vez me convenzo más de que viven bajo el mismo techo pero separados. Si no es así, no me explico tanto descaro.
Ha Ni Ah es tan linda... Su inocencia me enternece. Niego con la cabeza disgustado. No puedo permitirme sentimientos por esta niña. No puedo permitirme sentimientos por su padre. No puedo ni debo. Pero me cuesta tanto...
Ella me mira alzando las cejas. Sonríe la muy pícara.
Me hago el desentendido y me pongo de pie.
—Debo irme, Bora.
—¿De veras, Jaejoong? ¿Aceptará el empleo? Se lo pregunto porque, conociendo a Yunho, es lo primero que...
—¿Él le ha hablado de mí? Es decir, ¿le ha dicho que pensaba contratarme?
—Así es. Yunho me lo cuenta todo. Bueno, casi todo. No me había dicho que era tan guapo, pero yo lo adiviné. Sus ojos me lo contaron... Uy, esto es una conspiración. Primero la hijita. Y ahora la tía/ ama de llaves. Si es así, bendita conspiración. Ese hombre me llega al alma. Primero al cuerpo y luego al alma. No me había pasado algo así desde... ¿A quién quiero engañar? Nunca me había pasado algo así. En mi vientre se está gestando una creciente inquietud. Necesito saber de él, cómo está, si siente dolor, si volverá pronto... Me guardo mis necesidades, me reservo mi ansiedad. Tengo que irme ya. Cuando estoy a punto de salir, siento que alguien me tironea del pantalón, Ha Ni Ah me mira desde su pequeña estatura. Me acuclillo a su lado.
—¿Qué pasa? —le pregunto, tocándole la nariz.
—Portami con te... —me pide con un tono esperanzado que me destroza el corazón. Le acaricio el pelo.
—Cara, devi aspettare a papa —le digo, y luego me dirijo a Bora y le pido en el mismo tono esperanzado:
—No olvide llamarme para ponerme al tanto de cómo se encuentra Yunho.

Menciono su nombre casi con descaro. No tengo que fingir una distancia inexistente entre él y yo. Bora se ha dado cuenta de que Yunho es más que el señor Yunho para mí. Lo que no sabe es cuánto más... Y ni yo mismo lo sé.


jueves, 18 de septiembre de 2014

Entrégate Capítulo 9



Capítulo 9



—Entonces, ¿te ha ofrecido empleo así como así? —me pregunta mi amigo en cuanto nos sentamos a la mesa más reservada de ese bar del centro.
—Ajá.
—Imagino que le has dicho que sí.
—No te montes la película, porque no le he dicho nada. Y él tampoco. Hemos quedado en que mañana vaya a su piso, a las cinco...
—¿A su piso, Jaejoong? ¡Esto va sobre ruedas!
—No es lo que piensas, Su. Pero no te culpo, yo también lo he pensado cuando me lo ha dicho. Y él se ha dado cuenta por la cara que he puesto.
—¿Y qué te ha dicho? —me pregunta, mordiéndose las uñas.
—Me ha dicho: «No te preocupes, que cuando me aproveche de ti, no será delante de mi hija, la loca de Go Ara, y el personal de servicio» —respondo, citando sus palabras exactas.
—¡Joder!
—Y luego ha soltado una carcajada. ¿Puedes creerlo?
—No entiendo por qué en su piso y no en la oficina —murmura mi amigo, reflexivo.
—Algo así le he dicho yo. Y él me ha respondido simplemente que los martes trabaja desde su casa. ¿No es extraño?
—Mucho. Pero no te cuestiones tanto, amigo. Ve a su casa, acepta el empleo y disfruta de tu bello Ojos Cafés —me aconseja.
—No es mío y no lo quiero, Junsu. Ojos Cafés es también Jung Yunho, el abogado hipócrita. Y definitivamente no necesito algo así en mi vida, ni como jefe, ni como nada —declaro, pero mi voz no suena todo lo convincente que debería.
—¿Eso quiere decir que no lo aceptarás? ¿No irás a la entrevista?
—Iré, porque no me ha dado tiempo a negarme. Lo han llamado por teléfono y luego ha entrado la secretaria con unos papeles. Aunque no lo creas, el muy sinvergüenza me ha dicho adiós con la mano y luego se ha vuelto en el sillón y me ha dado la espalda mientras continuaba hablando —le cuento. Aún conservo algo de la indignación que he sentido al ver ese gesto.
—De verdad no me lo creo... No puedo creer en tu buena suerte, Jaejoong —me dice, feliz de la vida.
—¿Buena suerte? ¡Estás loco! Estoy seguro de que ese hombre está casado con la tal Goo Hara. Y también que se ha propuesto jugar conmigo.
—Yo creo que quiere jugar, sí. Pero tú también quieres hacerlo. Hace un rato has admitido que hubieses permitido que te besara... ¡Quieres jugar, Jaejoong, y con fuego, no lo niegues! —me acusa.
Mierda. Este hombre me conoce bien. Pero hay cosas que...
—¿Y por qué no lo ha hecho? ¿Por qué no me ha besado, Su? No lo entiendo, te juro que no lo entiendo. Por eso iré mañana a su piso. Quiero ver hasta dónde se atreve a llegar, cuáles son sus verdaderas intenciones, y también quiero saber qué papel juega esa Goo Hara en su vida y por qué se ha puesto hoy así conmigo.
—Pero no aceptarás el empleo —me dice mi amigo, afirmando más que preguntando. Y luego ríe y el sonido es como una cascada de agua fresca, mientras que mi voz se asemeja a un graznido de cuervo cuando le digo:
—No. Y tampoco lo volveré a ver... No te rías así. Ese hombre es peligroso.
—Sí, representa un gran peligro para ti. Corres el riesgo de caer sentado en su...
—Junsu... —la interrumpo con una mirada de advertencia. Pero es inútil, él sigue...
—¿Tienes condones, Jaejoong? Lleva dos, porque con una fiera salvaje como ésa, nunca se sabe. Aquí en la maleta roja tengo unos con sabor a fruta...
—¡Por favor, cierra esa maleta, que todos nos observan! —exclamo, mirando a un lado y a otro.
—Está bien, pero déjame decirte una cosa: agárrate fuerte, Jaejoong, porque te vas a deslizar por un tobogán de emociones. Presiento que tu vida va a dar un giro inesperado, y que a ti te va a encantar. Lo miro con desconfianza, pero, en lo más profundo de mi corazón, siento que tiene razón.
Y todos los Jaejoong que viven en mí desean fervientemente que así sea. Vértigo. Una increíble sensación de vértigo se apodera de mí. Estoy escalando un muro de piedra y no quiero mirar hacia abajo... ¡Estoy tan cansado! Vuelvo la cara hacia la cima y el sol me ciega. Pero sólo un momento. Ahora algo se interpone entre el sol y yo. Algo tan oscuro como la noche... Sus ojos. Yunho me tiende la mano y, al inclinarse, se le agita el cabello en la frente. Cierro los ojos, pues es demasiado perturbador para mí sostenerle la mirada. Y no quiero tomar su mano, me niego a hacerlo. Es mi tabla de salvación pero ¿quién me salvará de él? No hay tiempo para reflexiones. Él decide por mí: me aferra la mano y me eleva con un ágil movimiento. Ahora estoy en sus brazos y algo se me agita dentro. ¿Algo? ¡Todo! El mundo gira vertiginosamente y ya no estoy a un palmo de su boca. Ahora me deslizo por un tobogán de hielo, y el estómago se me pega al espinazo. Grito con todas mis fuerzas; estoy aterrorizado...
—¡Jaejoong! ¡Despierta, hijo!
—¿Mamá? ¿Qué pasa? —murmuro contrariado.
—Gritabas. ¿Has vuelto a tener pesadillas? —me pregunta preocupada.
—No.
—No me mientas. Cuando tu padre falleció...
—Hace mucho que papá murió. Y también hace un montón que no tengo pesadillas, ni me hago cortes, mamá.
—No quería insinuar...
—Ya lo he superado. En serio —le digo, y para reafirmar mis palabras, me destapo y le muestro mis muslos intactos.
Mi madre suspira aliviada. Lo que pasamos tras la muerte de mi padre, eso sí fue una verdadera pesadilla. Mi padre murió en un accidente de tráfico normal y corriente. Y todo hubiese sido muy sencillo si en ese accidente no hubiese muerto también su amante menor de edad, que le estaba practicando sexo oral mientras conducía. Él chico tenía mi edad de entonces, trece malditos años.
El mundo se me vino encima. El hombre al que llamaba «papá» era un desconocido para mí. Un asqueroso pedófilo al que yo adoraba, el que hasta el día anterior me había sentado en sus rodillas, había jugado conmigo, el que me observaba nadar como hipnotizado y luego elogiaba mis logros mientras me envolvía en una toalla azul.

Ése era mi padre. Mil veces me pregunté si se había llevado a ese niño por no hacerme eso a mí, y, si fuese así, cuánto hubiese tardado en ocupar yo su lugar...Ay, Dios, todavía me lo pregunto: si hubiese sido más complaciente con él, ¿ese chico estaría aún vivo? Yo lo hubiese dado todo por mi padre. Lo amaba, lo admiraba intensamente. Leía sus libros una y otra vez, maravillándome con la forma en que lograba expresar la turbulencia de sentimientos que se agitaban dentro de él, con cómo lograba plasmar en sus personajes su riqueza interior. Había sido pirata, detective, actor y sacerdote. Y también un pedófilo que llevaba a niños pobres en su precioso coche rojo y les daba dinero a cambio de una mamada. Ése había sido mi padre, el escritor Kim Dong Jun. Por fortuna, tuvo el acierto de no asociar para siempre nuestro apellido a sus imperdonables actos. Y de ahí sale mi maldita costumbre de disociar los aspectos negativos y positivos de las personas que conozco. Por eso en mi mente hay dos Yunho.
Por un lado el abogado insensible y por el otro el atractivo hombre de ojos cafés que quiere que bailemos y me dice que soy hermoso. ¿Qué tengo que hacer para conciliar lo que mi cabeza se niega a unir? ¿Cómo lo hago sin sufrir por ello? Llego a Torre Seúl demasiado temprano. Fumo despacio en la camioneta; no quiero que él piense que estoy ansioso por verlo. Pero lo estoy. Ansioso por encontrarme con su mirada, por descubrir cuál es la relación que lo une a esa mujer, por ver adónde me lleva este nuevo camino que el destino insiste en poner a mis pies. Momentos después, entro al amplio despacho. Esta vez es una chica con uniforme gris quien me hace pasar. Mi corazón se acelera cuando lo veo sentado en su sillón, mirando por la ventana. Parece más serio y reflexivo que la última vez... ¿En qué estará pensando? ¿Estará pensando en mí? Parece no advertir mi presencia, sin embargo. Toso con disimulo y él vuelve su mirada y sonríe. Y para mí sale el sol... ¡Cómo me gusta este hombre, por Dios! ¿Se dará cuenta de cuán afectado me siento con sólo mirarlo?
—Hola, Jaejoong —dice. Y me hace señas con la mano para que me acerque. No se pone de pie, qué extraño. Parece...¿cansado?
Sus hermosos ojos color café se ven tristes, enmarcados por grandes ojeras oscuras.
—Buenas tardes.
—¿Qué pasa que no te acercas? Tranquilo que no muerdo.
—¿Estás enfermo? —pregunto, mientras dejo mi maletín en el respaldo de la silla. Me quedo de pie frente a él, con las puntas de los dedos rozando el inmenso escritorio de roble.
—Ah. Ya entiendo. Es miedo a contagiarte, entonces —afirma con el cejo fruncido, fingiendo enojarse. No le hago caso. Lo veo demasiado pálido. Y sin saber muy bien qué estoy haciendo, rodeo el escritorio y le pongo la mano en la frente para ver si tiene fiebre.
Vaya, he logrado sorprenderlo. Abre la boca e intenta decir algo, pero no le sale nada. Deliberadamente dejo mi mano allí unos segundos más de lo necesario y de pronto él retoma el control y me la atrapa. Contengo el aire mientras él examina mi palma con atención. Y luego hace algo que me pone la piel de gallina: alza la mirada hasta fundirse en la mía y me besa la mano de una forma tan demoledoramente sensual que termina asustándome. Hago un brusco intento de soltarme, pero él se anticipa y se mantiene firme, con mi mano atrapada en la suya, así que pierdo el equilibrio y termino sentado en sus rodillas. Parezco un pájaro enjaulado intentando reponerme y salir con urgencia de su... de sus piernas.
Finalmente lo logro, y cuando caigo en la cuenta de ello, me siento decepcionado. Me hubiese encantado que me obligara a quedarme ahí. Pero no lo ha hecho. Y ahora parece inmensamente fatigado. Resopla y cierra los ojos y cuando los abre no me mira.
Estoy de pie a su lado y él observa la silla vacía.
—Siéntate, Jaejoong. Te contaré de qué va el empleo que tengo para ti —me dice, mientras se acomoda el cuello de la camisa.
Obedezco una vez más y lo observo. A pesar de la palidez, se le ve impecable con esa camisa oscura. El pantalón gris de vestir es de buena calidad. ¿No se relaja nunca, ni siquiera con la ropa?
Está en su casa, después de todo; podría ir vestido más informal, digo yo.
—¿Te gusta lo que ves? —dice de pronto y yo siento los mil matices del rosa al rojo en mis mejillas.
—No —me apresuro a responder, pero estoy seguro de que mi expresión dice un «sí» grande como una casa. Él ríe. No me cree.
—Aclaremos algo antes. A ver, ¿cómo te lo explico? Voy a intentar ser muy...
—Franco —digo yo como un estúpido.
—Franco —asiente él, sonriendo—. Exacto. Lo más franco y sincero posible. No quiero que haya más malentendidos entre nosotros, Jaejoong.
Me remuevo inquieto en la silla. ¿Adónde quiere llegar, por Dios?
—¿Qué quieres decir? —pregunto ansioso.
Esto se parece a cualquier cosa menos a una entrevista de trabajo. Me he metido en la boca del lobo; más tonto no puedo ser.
—Que me gustas, Jaejoong. Mucho. Verte y desearte fue todo uno... Que comienzo a pensar que el destino no está confabulado en mi contra, sino a mi favor. Y que lamento la triste impresión que te di el día en que, sin saberlo, hablamos por teléfono. Eso.
Parpadeo y trago saliva, intentando asimilar el peso de sus palabras. Le gusto. Me desea. Destino. Ay, Dios mío. ¿Qué puedo decir? Me siento igual que cuando me dijo que quería bailar conmigo. Tengo ganas de comerle esa boca divina, de rozar mi frente contra su barba crecida, de morderle la maldita yugular. Mi deseo es tan fuerte que entreabro los labios para dejar salir el aire.
Tengo que mantener la compostura. Sosiégate, Jaejoong. Ahora. Ya lo estoy logrando...
—¿Y por eso me ofreces un empleo? ¿No es más sencillo invitarme a salir? —le digo con cierta ironía. Y no estoy preparado para su increíble respuesta.
—Para lo que tengo en mente, más sencillo sería casarme contigo. Pero sucede que de verdad necesito a alguien en la oficina que me ayude con un proyecto reciente. Se trata de una columna sobre temas legales para una publicación de la CNN.
—¿Una columna? —repito. Está visto que hoy tengo la sagacidad de mi loro Momo.
—Sí. Y necesito ayuda, de veras. Tendré que exponer distintos temas y responder a preguntas de la gente. Y, como te habrás dado cuenta, no suelo ser un buen comunicador. Además, hay otro asunto. Tengo un caso muy comprometido entre manos, por el cual deberé lidiar con la prensa. En definitiva: te necesito. Y en más de un sentido, Jaejoong...
Me quedo de piedra. No sé qué decir. No me queda muy claro lo que me ofrece, porque lo único que mi mente registra es que le gusto. Dios mío, le gusto a este hombre. Y a mí él me tiene deslumbrado.
—Eh... tengo que pensarlo —atino a decir, sólo porque es necesario que diga algo.
—No.
—¿No?
—Puedes darle vueltas al asunto todo lo que quieras, pero tú y yo sabemos que vas a decirme que sí.
—¿Y cómo puedes estar tan seguro? —pregunto, frunciendo la nariz. Me disgusta profundamente su soberbia. Sólo por eso, estoy tentado de decirle que no. No me contesta, pero se pone de pie y se acerca muy despacio. Su rostro no parece relajado, como hace unos instantes. Coloca ambas manos en los reposabrazos de mi silla y se acuclilla delante de mí. Tener esos ojos increíblemente cafés tan cerca me marea. Inspiro hondo y el aroma a perfume caro me envuelve de pronto. Soy consciente de su cercanía, cada centímetro de mi piel es consciente de eso.
—Jaejoong... —me dice, y yo cierro los párpados, deleitado.
—Yunho...
—Por favor, pide una ambulancia.
—¿Qué? —digo, abriendo unos ojos como platos.
—Me siento mal, pide una...

Y luego todo se transforma en una locura sin igual. Si la situación no fuera tan preocupante, sería casi cómica. El mayordomo discutiendo con la criada. Go Ara gritándome que me marche. Una pequeñita rubia, con una rana de peluche, mirándonos desde detrás de una cortina. Y Yunho a mis pies, hecho un ovillo, con la frente bañada en sudor, mientras a lo lejos se oyen las sirenas sonar y sonar.


Entrégate Capítulo 8


Capítulo 8


Me hace pasar con un gesto galante, sin dejar de sonreír.
—Siéntate —me dice. ¿Cómo es posible que el ogro malvado se haya convertido de golpe en el príncipe encantado? ¿Cómo puedo soportar que me dé órdenes de esa forma y además cumplirlas sin chistar? Él otro Jaejoong es quien está a cargo ahora y yo no hago nada para impedirlo. Obedezco y me siento en el borde de la silla.
Estamos frente a frente una vez más, pero en esta ocasión hay un escritorio de por medio. No tengo idea de por qué estoy aquí, cuando falta un cuarto de hora para las tres y yo tengo una entrevista laboral.
El asunto es que no puede importarme menos perder esa cita, porque prefiero quedarme aquí perdiéndome en sus ojos.
—Ese corte te sienta de maravilla, Jaejoong. Te hace más hermoso, si eso es posible. Pero no me sorprende. No debe de haber cambio que a ti te quede mal, con esa carita... Dime, ¿qué edad tienes?
Siento que me he perdido algo. ¿Por qué este hombre me habla con esa familiaridad? No lo conozco, no me conoce, pero se dirige a mí como si fuésemos cercanos, como si tuviésemos una relación. Lo veo la mar de cómodo, recostado en su sillón, sonriendo encantadoramente, diciéndome cosas bellas, haciéndome preguntas. Pero hay algo que no termina de cuadrarme.
—Veintiséis —murmuro.
Tengo la lengua trabada. No puedo hacerle caso a Jaejoong él Curioso, que me susurra al oído: «Ahora pregúntale tú qué tiene con esa Go Ara, ya que estáis en plan de preguntas personales». No me atrevo. Y él no parece tener ningún interés en justificar el extraño comportamiento de su mujer. No hace referencia a ella en ningún momento. Es como si no hubiese existido la escenita de histeria de ahí afuera. Me siento contrariado, incómodo. Definitivamente hay algo que...
—¿Y cómo te gusta que te llamen? ¿Jae, quizá? Porque estoy seguro de que nadie te llama por tu nombre completo, por más bonito que sea —pregunta, y yo quisiera saber hasta dónde quiere llegar con todo esto.
—Casi todos me llaman Jaejoong —respondo.
—Jaejoong. Precioso. Como tú.
Me remuevo en la silla. Mi incomodidad crece. Por un lado, cada palabra de él hace que se me ericen uno a uno los cabellos de la nuca. Y también otras cosas... Pero por otro, no puedo conciliar a este Jung, con el «Señor Ha Sido un Placer» y con la fiera de ojos cafés.
—Yo... no sé por qué estoy aquí. Es decir, por qué me ha pedido que viniera a su despacho.
—No te he pedido eso. Yo te he traído, Jaejoong. Y creo que no eres ningun ingenuo, así que te debe de resultar más que obvio por qué lo he hecho —me dice, mientras su boca se curva en una sonrisa sensual. Mierda, necesito encender un cigarrillo porque los nervios me están matando. No estoy acostumbrado a que alguien flirtee de forma tan directa conmigo, y... ¡Joder! Eso es, me acabo de dar cuenta de qué es lo que me molesta tanto.
«Te equivocas, Jung Yunho. Sí soy bastante ingenuo, porque he tardado siglos en captar qué es lo que me perturba de esta situación, además de tu intensa mirada café», pienso, pero sólo sonrío y miro para otro lado. Lo que me causa toda esta incomodidad es tomar conciencia de que esto no tiene nada de magia, ni de amor a primera vista, ni nada. Esto es un flirteo común y corriente. Se trata de algo tan viejo y trillado como lo es un hombre diciendo galanterías para arrastrar a alguien a la cama. Nada más complicado que eso. Y yo, como el estúpido que soy, le puse adornos y fantasías, le metí un poco de humo rosa y caminé como entre nubes creyendo que el gran amor de mi vida iba a vencer cualquier obstáculo para tenerme consigo.
Eso es lo que hacen los kilos de novelas románticas que he leído: trastornarme la cabeza y hacerme desear lo que en la realidad no existe. ¡Qué iluso! Ojos cafés y el señor Jung Yunho son la misma persona. Es decir, el abogado antipático y soberbio, y el hombre que atrapó mi mirada en el ascensor de Torre Seúl son uno. Así es Jung: un hombre inescrutable, reservado, políticamente incorrecto, nada amable, más bien rudo. Pero cuando lo que tiene entre las piernas toma el timón, todo cambia. Ahí aparece la sonrisa, el sentido del humor, las frases galantes. Hubo un Yunho antes del dichoso «¿Bailamos?» y otro después, uno que se deshacía en sonrisas. Hubo un Yunho antes de mi llanto telefónico y otro después, que me decía «Ha sido un placer» a modo de despedida. Y ha habido un Yunho antes, mientras discutía con su mujer, y otro después, cuando ha visto a la presa fácil que era yo y ha decidido cazarla con puro encanto.
Y ese Yunho aún está aquí y sigue tejiendo redes en las que yo me enredo más y más. Soy un tonto. No hay magia, no hay nada. Aquí sólo hay un macho que se está poniendo la máscara de príncipe de ensueño y lo único que quiere es metérmela bien adentro. Está más que claro. Tendría que marcharme sin ninguna explicación. Tendría que dejarlo plantado y confuso, pero prefiero hacer otra cosa. Él Jaejoong de antes hubiese corrido despavorido, pero el de ahora, no. Él audaz Jaejoong quiere jugar con fuego, pero no será él quien resulte quemado. Me humedezco los labios con la lengua y lo miro a los ojos.
—De verdad me sorprende que me recuerde. Después de todo, fue un segundo en el ascensor...
—Un segundo muy intenso. No me quedaron dudas de que en ese instante nuestras almas se tocaron, Jaejoong. Y si no hubieses huido así...
Pero este hombre tiene el rostro de piedra. Su mujer en el piso y él haciéndose el galán con un desconocido en el ascensor. Y pretendía que me hubiese quedado. Me irrita tanto que tengo ganas de golpearlo.
—Está jugando conmigo ¿verdad?
—De ninguna manera. Y, por favor, trátame con menos formalidad. Puedes tutearme, que no soy tan viejo.
—¿Qué edad tiene, digo, qué edad tienes? —me atrevo a preguntarle.
—Treinta y ocho. Y si parezco mayor es porque he llevado una vida muy dura —me responde riendo, y puedo notar cómo se le forman unas arruguitas en torno a los hermosos ojos. ¿Cómo puede mostrarse así de tranquilo y relajado cuando yo estoy hecho un manojo de nervios? ¿Cómo puede ser tan guapo, por Dios?
—Mire, esto es muy divertido, pero tengo que irme. Tengo una cita para conseguir empleo y me están esperando, así que... —le digo, mientras me pongo de pie. De verdad quiero marcharme, necesito ordenar mis pensamientos, porque este hombre me confunde y me hace sentir más tonto de lo que soy.
—De ninguna manera, Jaejoong. No te marcharás sin que discutamos lo que nos pasa y evaluemos cómo continuar —me dice.
¿Qué? ¿Evaluar lo que nos pasa? Este hombre está loco. ¿Quiere que hagamos un diagrama de flujo en el ordenador para ver si nos acostamos o no? Este Yunho se pasa de «Yunho». Quiere terminar de destruir mi fantasía, para que no me queden dudas de que no es el hombre indicado. Y lo está logrando, de veras que sí.
—No sé a qué se refiere... —comienzo a decir, pero él me interrumpe.
—Sí lo sabes. Ambos sentimos algo muy fuerte desde el primer momento en que nos vimos. No te haces una idea de cuánto he pensado en ti, y cuánto me he arrepentido de no haberte seguido aquel día. Y ahora que el destino te ha traído a mí, no pienso dejarte escapar... Qué hijo de puta. Cómo me dice una cosa así... Estamos en la puerta del despacho y él no hace nada para detenerme, pero no me puedo ir. Permanezco como hechizado, con los pies clavados en el suelo y la mirada en sus ojos.
No puedo permitirme flaquear. No puedo permitirle que continúe jugando así conmigo. Tengo que romper este embrujo, tengo que hacerlo...
—Mire, señor Jung, me gustaría estar a la altura de las fantasías que ha tejido en torno a aquel encuentro, que reconozco que por estar yo algo vulnerable resultó un tanto extraño mi comentario fuera de lugar, pero...
—Basta, Jaejoong. No intentes poner distancia ni minimizar lo que sucedió ese día, ni lo que está sucediendo ahora... Por alguna razón, tú y yo estamos unidos. Incluso cuando no estabas te sentía cerca —me dice, súbitamente serio.
No puedo con esto. Sencillamente, no puedo. Tengo que hacer algo para enfriar este asunto, porque me estoy quemando vivo. Tiene razón, hay algo que nos une y yo necesito cortar ese hilo invisible, porque sé que me va a hacer daño, y mi alma no lo soportaría. Trago saliva, saco valor de no sé dónde y le digo:
—¿Ah, sí? ¿Te sentiste así de cerca cuando me dijiste que ninguno de mis problemas era tu especialidad?
No puedo creerlo. Me he atrevido y se lo he dicho. Y también lo he tratado de tú.
—¿Qué? —pregunta sorprendido.
—¿No te acuerdas? Te llamé el viernes por teléfono para pedirte una entrevista y me despachaste sin contemplaciones.
—¿Eras tú? —me pregunta incrédulo. Disfruto de su confusión, lo disfruto muchísimo. Ahora puedo ver al verdadero Yunho.
 Ahora aparece el señor Jung y su sonrisa es cosa del pasado. Ahora puedo ver su verdadero yo. Sonrío triunfante: he logrado desenmascararlo por fin. Adiós abogado galante, bienvenido sin adornos, sin piropos, sin la notoria intención de llevarme a la cama. ¡Te he atrapado! Tengo el control en mis manos y lo disfruto.
—Era yo. Perdón por haber interrumpido tu partido de...
—Squash —dice secamente. Ya no se está divirtiendo, pero yo sí. Y mucho. Parpadea rápidamente y puedo ver que está tratando de hacer memoria. Lo veo en el mismo proceso que he recorrido yo momentos antes: intentar conciliar al señor Kim, el pájaro de mal agüero, despedido, accidentado, embarazado... y él dulce chico del ascensor. No le será difícil, a ambos los tuvo llorando sólo para él.
—No fuiste muy amable que digamos. No hubo conexión esa vez, me parece —le digo y Jaejoong el Sarcástico está loco de contento, porque le he hecho caso. Su rostro parece ahora una máscara de piedra. No sé si se siente avergonzado, o si al darse cuenta de la lista de problemas que cargo en mis espaldas lo ha asustado. Lo cierto es que he logrado dar por tierra con sus intenciones de echarme un polvo y a volar. Ya no es necesario su derroche de galanterías, y toda su batería de halagos pierde sentido.
—Y ahora, con tu permiso, me retiro. ¡Ah!, ya me he entrevistado con uno de tus abogados, que a eso he venido, aunque no me lo has preguntado. O quizá has creído que de veras había venido por ti...Esas cosas no pasan, abogado —le digo, mientras sonrío y pongo la mano en el picaporte.
Pero el Osado Jaejoong no tiene en cuenta que está ante la fiera de ojos cafés y se queda sin aire cuando él pone la mano sobre la suya para impedirle que se marche. Ay, Dios. ¿Otra vez esta debilidad, esta laxitud? ¿Esta sensación de estar cayendo en un pozo sin fondo? Mi seguridad recién adquirida se hace añicos ante su contacto y la cabeza me da vueltas de tal forma que tengo que cerrar los ojos un momento.
Cuando los abro, su rostro está a centímetros del mío y él ya parece completamente repuesto del golpe de gracia que he intentado darle.
No me muevo. Me besará, lo sé. Y bueno, ¿qué es un beso? ¡Nada! Me merezco darme ese gusto. «Porque yo lo valgo», como dice el anuncio. ¿Por qué no? ¡Puedo permitírmelo! Lo dejaré besarme y luego me iré. Sólo un beso, lo prometo. Es un premio para mí por... ¡Bah!, no importa por qué. Tengo sobrados motivos para merecer un beso de esa boca hermosa que tengo tan cerca de la mía.
 No puedo apartar los ojos de ella. Está tan cerca, que su mentolado aliento me roza la cara, y me muero de ganas de probar su lengua.
Pero él me hace desear... Qué hábil es. Entreabro los labios y cierro los ojos para que entienda que no voy a rechazarlo, y espero... Nada.
—¿Así que estás buscando trabajo? —me dice de pronto
—Excelente, yo tengo algo para ti.
¿Qué? Es un... ¿Me ofrece trabajo y no un beso? Joder, prefiero el beso. Ya me las arreglaré yo para conseguir empleo. Empleo... Ato cabos y caigo en la cuenta de lo que quiere ofrecerme.
—¿En su casa, con su hija? No, gracias. Ya me ha dicho... Go Ara, que no soy lo que ustedes tienen «en mente» para un profesor.
—¿Has estado en mi casa? ¿Por eso Go Ara parecía tan contrariada hoy? ¿Qué pasó entre vosotros, Jaejoong?
—Eso quisiera yo saber. Me descartó antes de entrevistarme, porque no le gustó mi aspecto.
—Imagino por qué —me dice, alzando las cejas. Y luego agrega—: Eres demasiado hermoso y ella no soporta tener a su lado a alguien que le haga sombra.
De modo que es lo que yo pensaba. Go Ara es su mujer y él es un verdadero hijo de su madre al intentar algo conmigo. Estoy tan enojado que no atino a decir palabra. Él lo hace por mí:
—Así que, después de todo, el destino sí se empeña en unirnos, Jaejoong. Te ofrezco trabajo aquí en el bufete. Estoy seguro de que cumples todos los requisitos. Para empezar, tienes...
—Buen trasero —dice el Jaejoong sin filtro que vive dentro de mí, y yo me horrorizo al escucharlo. La imagen del secretario complaciente se me ha venido a la cabeza.
—Iba a decir «buena presencia», pero tengo que admitir que es completamente cierto lo que dices. Aunque no es un requisito excluyente, claro —añade con una mueca sensual que se transforma en sonrisa al instante.
—Lo siento.
—No hay problema.
Estamos repitiendo el diálogo telefónico. Sólo le falta decirme «Ha sido un placer», y ahí sí que lo cojo de la camisa y hago lo que deseé hacer desde el instante en que lo vi por primera vez, arrinconarlo contra la pared y morderle la yugular. Y hasta la última gota de sangre no me detengo...
—Creo que no es buena idea. Me parece que buscaré algo relacionado con lo mío.
—¿Y qué es lo tuyo?
—Periodismo.
—Perfecto, necesito un jefe de prensa.
Pero qué reverendo hijo de... Si hubiese dicho «cocina» seguro que necesitaría un cocinero. No se da por vencido. Yo creo que sabe que está ganando... Hago unos torpes intentos de resistir, pero me parece que es inútil.
—Eso me queda grande. Y no creo que sea cierto que lo necesites.
—¿Estás seguro de saber qué es lo que necesito y lo que no, Jaejoong? —ronronea, peligrosamente cerca de mi oído.
Cuando se inclina, su cabello un poco demasiado largo le cubre la frente y parte de los ojos.
Me pregunto cómo alguien puede verse tan descuidadamente encantador y el corazón se me dispara. Mierda. Me entrego, ya no puedo más. Me ha ganado. A mí las cosas me pasan de golpe. Despido, separación y accidente. Encuentro, deseo y empleo.
Así es mi vida. Debo acostumbrarme a eso...Me aparto, pero no me voy. Regreso a mi silla, mientras pido con mi mejor cara inexpresiva.
—Hablemos de ese empleo. Te escucho.

Casi puedo percibir la amplitud de su sonrisa a mi espalda. Él sabe que ha ganado. Pero ésta es una guerra. Esto justo no ha hecho más que empezar.




Entrégate Capitulo 7


Capítulo 7


Mientras desayuno, leo el periódico y marco dos anuncios clasificados. Piden un administrativo con experiencia, creativo, emprendedor, con deseos de crecer. Frunzo el cejo porque sé que los requisitos son eufemismos que significan una sola cosa: el-sueldo-es-una-mierda. Suspiro y continúo removiendo mi café.
Qué mañana tan gris. Igualita que mi estado de ánimo... Es que lo de anoche fue la gota que colmó el vaso. ¡Encontrarme con Yuu en la disco! Y encima acompañado. Lo que más me molestó fue mi reacción.
El hecho de que bailara y riera con una chica no fue lo que detonó mi mal humor, sino lo que hice al verlo. Me paré en seco, tanto que se me torció un tobillo. Me quedé paralizado un momento y luego tomé a Junsu del brazo y lo arrastré fuera del local, cojeando. Hay una veintena de discotecas en la ciudad y me voy a topar en ésta con mi ex. Maldita suerte. Resultado: noche arruinada. Terminamos bebiendo en el piso de mi amigo y hoy me he levantado con resaca. La cabeza se me parte de dolor.
Aun así, me sobrepongo y hago las llamadas. Concreto dos entrevistas para el lunes y también logro sendas citas con los abogados del bufete que me recomendó el antipático señor Jung.
Se me revuelve el estómago sólo con mencionar su apellido. Y más aún cuando recuerdo su frasecita final, que terminó de trastornarme el día: «Ha sido un placer...».
Ya no me excita, es más, me desagrada profundamente que un hombre que momentos antes me había tratado como a un insecto, se despidiera diciendo eso. El hipócrita Jung Yunho me cae muy mal y es una suerte para él que mis calamidades no sean «su especialidad». Espero que sus socios no sean así, porque de lo contrario van a conocer al furibundo Jaejoong. Y si me cruzara con Yunho, le convendría ponerse a rezar, porque le diría todo lo que pienso de su agitada respiración, su partida de vaya a saber qué y su dichosa frase tan hipócrita como él. ¡Hablar contigo no fue un placer, Señor Soberbio! Uf, no vale la pena que me ponga así.
 Es por el período aunque no sangro como las mujeres los síntomas son casi lo mismos. Es el primero desde... bueno, desde el accidente. Me recuesto en mi cama y me llevo el ordenador. Tengo el blog tan descuidado últimamente... Me ha caído una reprimenda de Junsu debido a eso, así que me dedicaré a él durante el día de hoy, aun con dolor de cabeza, pues ya me ha pasado que escribiendo todo mejora.
Si no fuese así, no sé cómo hubiese sobrevivido a mi vida con Yuu. Vamos a ver... Pienso un poco. Ya lo tengo. Tomo un sorbo de café y luego escribo: «Amor a primera vista: ¿mito o realidad?».
Y con ese título tan trillado, tengo entretenimiento para rato, y la cuota de felicidad que necesito para enfrentar este sábado gris.
La entrevista con el señor Kyu Jong no fue tan mal. Me pareció muy amable y paciente, nada que ver con el estúpido de su socio, el «Señor Ha Sido un Placer», que espero no conocer nunca.
Heo Young Saeng me dijo lo que esperaba:
—Tengo que estudiarlo, lo llamaré en unos días. Y estoy seguro de que el otro, el señor Jong, también me dirá lo mismo, pero tengo que exponerle el caso. La sala de espera es amplia y está decorada en estilo minimalista. Una enorme recepción y luego numerosos despachos a un lado y otro de un largo corredor. Cojo una revista mientras espero que la secretaria pechugona me haga pasar a la entrevista número dos. De pronto, algo distrae mi atención. A unos metros de mí, veo dos personas que parecen estar discutiendo dentro de un despacho acristalado. No puedo distinguirlos bien, pero está claro que se trata de un hombre y una mujer. Él permanece inmóvil y ella gesticula exageradamente... La pechugona está al teléfono, mientras ríe y mastica chicle, todo a la vez. Esto va para largo, lo que no está nada bien, porque tengo una cita para un puesto administrativo a las tres. Si la cosa continúa dilatándose, la perderé. La pareja continúa discutiendo tras el cristal. ¿Qué le estará reclamando la mujer?
El curioso Jaejoong se muere de ganas de ponerse en pie y acercarse con disimulo al soberbio despacho. ¿No sabe que la curiosidad mató al gato? No puedo con ella; dejo la revista y le hago caso. Me acerco despacio, simulando admirar unas pinturas que adornan el corredor, y cuando estoy a un paso, me detengo y aguzo el oído. Nada, no se oye nada. No tengo más remedio que mirar, así que me vuelvo con cara de tonta y... ¡Ay, Dios! A través del cristal lo veo. Es él. Ojos cafés, ascensor, corbata, ¿bailamos? ¡Es él!


Es más guapo de lo que recordaba. Tiene el cabello húmedo y casi puedo oler su aroma desde aquí. Está en mangas de camisa, recostado en un fichero, en una actitud entre indolente y aburrida, mientras escucha a la mujer que parece reprenderlo airadamente.
Pero ¿qué mierda...? ¡Carajo! Es la mujer del Torre Seúl, la que prácticamente me echó sin entrevistarme para el empleo de profesor. «No es el tipo de profesor que tenemos en mente.»
Recuerdo cada una de sus palabras, su confusión inicial, su postura altiva y sobre todo no me olvido de su mirada cargada de desprecio.
¿No decía yo que mi suerte está maldita? La fiera de ojos cafés es el marido de la bruja. ¿No era suficiente con que estuviese casado? ¿Tenía que estarlo con ésa? Cierro los ojos, frustrado. Un bofetón más y me entrego. Mierda, mierda, mierda. ¿Cuántas posibilidades tenía de volverlo a ver? ¡Cero! ¡Cero coma cero! Y me lo encuentro en el bufete y hablando con la mujer más desagradable del mundo. Un momento, ¿qué es lo que me hace pensar que son marido y mujer? No lo sé, pero hay algo en la actitud de ella que refleja... intimidad. Eso, más el hecho de haberlos conocido a ambos en Torre Seúl... ¡Madre mía! Están juntos, está más que claro. Me molesta que el destino sea tan cruel. ¿No bastaba con no ponerlo nunca más en mi camino?
¿Tenía que demostrarme que jamás será mío de esta forma? Tengo ganas de llorar, ganas de soltar un alarido, de dar patadas en el suelo como un niño caprichoso. No me muevo, pero al parecer la intensidad de mis pensamientos es tal que de pronto sus ojos se desvían de la mujer y se fijan en mí. Me quedo paralizado mientras la mirada café me envuelve y luego me siento flotar. Todo se desdibuja a mi alrededor y siento que sólo estamos él y yo, entre cristales y espejos y ya no importa nada más.
Me reconoce, vaya sí lo hace. Puedo ver cómo sus pupilas se dilatan, y ahora sus ojos no son cafés, son más oscuros, pero igual de misteriosos, igual de magnéticos. Me dejo llevar por ellos y me quedo sin aliento. La bruja se mueve, buscando algo en su bolso, y ahora sí que toda la atención de él es mía. Me mira con descaro, entreabre los labios y esboza una sonrisa. No puedo soportarlo más. Está con su esposa y me sonríe a mí. Se me contrae el estómago y un fuego desconocido se abre paso entre mis piernas. Intento contenerlo, pero es como lava ardiente. Nunca me había sentido tan vulnerable en todos los sentidos. Trago saliva y me concentro en lo que importa: en lo mucho que aborrezco ese tipo de comportamientos solapados. Frunzo el cejo y él hace lo mismo.
Es como si me mirara en un espejo. Y, al parecer, la bruja nota que pasa algo a sus espaldas, porque se vuelve de pronto y también me observa. Cuando nuestros ojos se encuentran, puedo ver el disgusto y luego el miedo en su mirada. Entiendo lo primero, pero ¿lo segundo? No lo comprendo ni quiero hacerlo.
Salgo disparado hacia el ascensor. Ya no me importa la entrevista número dos. Sólo quiero salir de allí.
—Vamos, vamos, vamos —le digo al botón luminoso, mientras lo oprimo una y otra vez. Siento pasos a mi espalda, justo en el momento en que llega el ascensor, y me lanzo dentro sin mirar atrás. Respiro aliviado, mientras me sujeto de la baranda. Pero la puerta no se cierra... Levanto la vista y lo veo. Allí, detrás de mí, mirándome a los ojos a través del espejo. La fiera detiene la puerta con la mano mientras respira agitado. Y habla:
—No te marches —me dice con voz ronca. «No te marches»... Eso sonaría tan bien en otras circunstancias, en otra vida, en una en la cual no exista esa mujer que no me conoce, pero igualmente me odia y me teme, y ni siquiera me importa el porqué. El único por qué que me importa tiene que ver con la insólita petición de los ojos cafés que ahora hablan. Sé que no debo hacerlo, pero no puedo contenerme y pregunto:
—¿Por qué...? —Apenas me sale un hilito de voz y trago saliva para aclararme la garganta
—¿Por qué me pide eso? —pregunto al fin.
Lo que me dice a continuación hace que me explote la cabeza. De verdad, me la vuela en pedazos, y mi corazón se derrite lentamente... Y me olvido de todo, mientras en lo único que puedo pensar es en las ganas que tengo de hundir mi rostro en el hueco de su garganta.
—Porque quiero bailar contigo.
Es igual que en el primer encuentro. Él en la puerta. Yo mirándolo a través del espejo. Me vuelvo lentamente y doy un paso al frente, sé que tengo las mejillas sonrosadas y mis ojos brillan. Esta vez no me cierra el paso. Esta vez no viene al caso mi extraño sentido del humor. En esta ocasión no hay un «¿Bailamos?». Tengo más que claro que quiere bailar conmigo. Se aparta sin soltar la puerta automática y yo salgo del ascensor. Estamos de pie, el uno frente al otro, mirándonos sin decir nada.
Somos dos desconocidos que compartimos unas ganas enormes de respirar el mismo aire, de perdernos en la profundidad de nuestras miradas, de asomarnos al alma del otro para echar un vistazo, justo antes de fundir nuestros cuerpos en el fuego que nos consume por dentro. Eso, nada más. Y, a nuestro alrededor, el mundo continúa girando... Pero este momento mágico no podía durar demasiado. Oigo el sonido de tacones a mi espalda y la irritante voz de la bruja, gritando:
—¡No le hagas caso! ¡Es mentira! ¡Fue culpa de él!
¿Qué carajo está diciendo? No puede referirse a mí, pero aun sin volverme me doy cuenta de que sí lo hace. Pero no tengo ni la menor idea de qué está hablando. Ojos cafés abandona los míos y la observa con disgusto.
—¿Qué dices, Go Ara? Deja de gritar, por favor.
No puedo creer que le hable así a su mujer. Bueno, después de todo, se trata de un hombre que la ha dejado con la palabra en la boca para... para invitarme a bailar. Se abren varias puertas y comienza a salir gente de los despachos, alarmados por los gritos de la bruja. La tal Go Ara parece desesperada. Me mira como si yo fuese el diablo en persona. Y eso que hoy estoy bastante presentable, con mi traje negro y zapatos perfectamente combinados... No la veo celosa, más bien la veo aterrorizada.
—¡Kyu! ¡Dile que no fue por mi culpa! —grita, acercándose al abogado especialista en accidentes de tráfico.
—Go Ara, tranquila. Nadie te está acusando de nada —le dice éste, tomándola del brazo. Al parecer intenta alejarla de allí.
—¡Me quiere encerrar, estoy segura...! ¡Y también dejarme en la calle! Ojos cafés está enojado. La mira como si estuviese loca, y la verdad es que no puedo culparlo.
—¿De qué habla, Kyu? —pregunta con calma inusitada.
—No es nada, Yunho. Luego te lo explico —murmura, mientras arrastra a la loca a su despacho. Yunho. Lo ha llamado Yunho... ¡La madre que me parió! ¡Yunho! ¡Ojos cafés es Jung Yunho, más conocido dentro de mi cabeza como el hipócrita «Ha Sido un Placer»! Si estaba sonrojado, ahora estoy de un rojo subido. Resoplo y mi flequillo se agita. A él parece gustarle, porque dirige su mirada a él y sonríe.
—Empecemos por lo primero. Jung Yunho —me dice, tendiéndome la mano. Me la quedo mirando. Es enorme, uñas cuidadas cuidadas, dedos largos. Le ofrezco la mía, que se pierde en el apretón, que dura más de lo conveniente.
—Kim Jaejoong —le digo simplemente.
—Kim Jaejoong —repite y su sonrisa se hace más amplia
—Sabía que tu nombre sería tan dulce como tu rostro.
¿Por qué me dice esas cosas? ¿Por qué me hace sentir tan...único? Ya avanzamos, nos acabamos de presentar. En una sola frase ha elogiado mi nombre y mi cara. Pero nada de eso cambia el hecho de que tiene mujer y... ¿Tiene mujer? ¿Realmente la tiene o es otra forma que tiene mi psique de boicotearme un momento único? ¿Cómo se lo pregunto sin sonar descarado? Después de todo, me ha dicho «dulce» y que quiere bailar conmigo. Sus intenciones de flirtear son claras. ¿Estaría muy mal que aclare el punto de si está casado o no? Ay, Dios. ¡Qué dilema! Y mientras tenga mi mano apretada en la suya, no puedo pensar. Me dejo llevar por lo que siento, bajo la vista y sonrío.

—Y cuando sonríes eres más dulce aún. Ven, vamos a mi despacho —me dice, sin soltarme la mano. Y el osado Jaejoong camina tras él mordiéndose el labio, mientras desea que sea Jung quien lo haga por él de ahora en adelante.



En lo personal me encanto este capítulo y se viene lo mejor /o/ Perdón por tardar tanto en actualizar es que mi compu murió por unos días u.u pero ya estoy de regreso y subiré varios capítulos :D gracias por leer y comentar.